“Aquello era muy duro porque cuando ya se llegaba a Fraga y por allí, pues ya entonces de cada dos nabatas se hacía una, o sea que ya mermaba, ya sobrábamos gente, pues a los jóvenes nos mandaban para atrás y claro, entonces medios de locomoción había muy pocos, tenías que subir a patita como las hormigas y encima con las cuerdas que igual pesaban 12 ó 14 kilos.”
Testimonio de LUIS PALLARUELO, Nabatero de Puyarruego. 1989.
LOS NABATEROS
El río Cinca nace en las altas cumbres nevadas de Monte Perdido, emblemática montaña pirenaica en la comarca de Sobrarbe. Las gentes de este territorio han estado ligadas directamente a sus aguas, a sus afluentes y a los bosques que se espesan y encaraman por las laderas de la montaña, ofreciendo unos productos de intercambio de los que carecían en la tierra baja. Una de estas mercancías eran los grandes troncos de madera de abeto o de pino que unos hombres se encargaban de cortar y transportar. El transporte se realizaba por el río uniendo unos troncos con otros hasta formar unas grandes balsas de madera denominadas armadías o almadías. En los ríos catalanes estos conjuntos de maderos unidos para poder conducirlos flotando se denominaban “raiers” y en la comarca de Sobrarbe recibían el nombre de “nabatas“. En el año 1983, un grupo de veteranos “nabateros” sobrarbenses decidieron recordar el oficio al que se habían dedicado desde su juventud y que tuvieron que abandonar a principios de los años cincuenta, entre otras causas, por la construcción de grandes presas que impedían su paso. Para ello, armaron dos “nabatas”, una de tres cuerpos y otra de dos, para descender por las aguas del Cinca hasta que las tranquilidad del embalse de Mediano detuviera su voluntad de navegar.
La tarea comenzaba en el bosque, donde los “picadores” cortaban la madera, la descabezaban y la limpiaban de ramas. Los troncos eran transportados desde los frondosos bosques pirenaicos, bien por las caballerías en los lugares accesibles o bien en “barranquiada” aprovechando las tortuosas aguas de los estrechos barrancos. En las “barranquiadas” los troncos se detenían a menudo en las piedras y se cruzaban ocasionando pesadas barreras de madera. Los “nabateros” tenían que ayudarse de los ganchos, unos largos palos terminados en una punta curva y otra recta de hierro, para empujarlos y abrir el paso. Los troncos eran trasladados hasta la “placha”, lugar llano próximo al cauce del Cinca, donde los “nabateros” se encargaban de atar los maderos y conducirlos por el río hasta su destino. Después de la selección y marcado de los troncos según la calidad de la madera, los “nabateros” procedían a prepararlos o “adobarlos”. En esta tarea se cortaban longitudinalmente a la misma medida y se colocaban unos junto a otros sobre unos troncos transversales, llamados “conchez“. En ese momento se escuadraban unos asientos en sus extremos a golpe de hacha en forma de “L” llamados “mortesas“. Con la barrena de mano se taladraban uno o dos agujeros en las “mortesas” para facilitar el atado posterior de los troncos.
El “nabatero” utilizaba todo aquello que la propia naturaleza le ofrecía: Los arbustos que crecen espontáneamente en las gleras del río pertenecientes al género Salix, denominados “sargas” en la comarca, servían para la fabricación de los verdugos. Seleccionados los brotes más largos, se cortaban y limpiaban con la navaja preferentemente en el mes de mayo. El “remallau” de los verdugos se hacía retorciéndolos “en el sentido del sol”, hasta que sus fibras quedaran sueltas y flexibles. Los verdugos preparados se guardaban atados en fajos a remojo en la orilla del río hasta su utilización.
Los “barreros” eran unas largas ramas de “cajigo” (encina) que, asentados sobre las “mortesas” anguladas, servían para unir los troncos. Esta unión de los maderos entre sí con el “barrero” transversal, se hacía pasando los verdugos de “sarga” por cada uno de los agujeros, rematándose con un anudado especial. Atadas las dos puntas de los grupos de maderos, quedaba construido cada tramo o “trampo” de la “nabata”, cuya anchura superaba normalmente los cuatro metros.
La preparación de los remos o “picar remos” requería mucha habilidad y precisión. En el buen hacer depositaban su confianza los “nabateros”. Marcadas las líneas de corte con una cuerda impregnada en polvo de carbón o azulete, se procedía al estrechamiento, a golpe de hacha, de la mitad longitudinal de un largo y recto tronco de pino o abeto. Una de sus puntas, reducida en forma de espada, facilitaba la penetración frontal en el agua.
Antes de echar los “trampos” al agua había que humedecer los verdugos de las uniones de los maderos para garantizar su flexibilidad. Con el empuje de todos, ayudados con las barras de madera, cada “trampo” se deslizaba hacia el río, moviéndose como una estructura flexible de gran capacidad para doblarse, adaptarse al soporte, y resistir con firmeza cualquier movimiento. Cada “trampo” pesaba unos 4.000 kilos, y una vez en el río se unían unos con otros con tres “acopladeras” a modo de verdugos de mayor grosor. Esta tarea la realizaban, casi siempre, los más veteranos.
Una vez sujetos los “trampos” de la “nabata”, se procedía a la preparación de las “remeras“. Estos soportes de sujección de los remos estaban formados por dos palos verticales y paralelos entre los que se colocaba el remo. Un atado con sargas por debajo y por encima del remo garantizaban la seguridad de su posición durante todo el viaje. La “pía” era un verdugo de sarga fijado en forma de anilla a la “nabata”, que se empleaba para sujetar el extremo del remo cuando no se utilizaba. Los “nabateros” debían poner gran cuidado tanto en la fabricación de los remos como en la fijación de las “remeras” pues, la seguridad de la “nabata” y, por tanto, la de ellos mismos, dependía de este madero. Las “nabatas” grandes portaban normalmente dos remos delanteros y uno trasero, colocándose en las más pequeñas sólo uno en cada extremo. Los remos, en cualquier caso, debían estar perfectamente compensados y equilibrados.
En cada “nabata”, se levantaba un palo de cajigo terminado en horquilla llamado ropero, donde se colgaba la bota y la ropa que había de mantenerse seca. Antes de iniciar el viaje, sobre la “nabata” se echaban unos fajos de verdugos para repuesto durante el trayecto y unas barras de madera para apalancar en los atascos.
Cuando la “nabata” estaba preparada el viaje ya podía comenzar. Los meses de mayo y junio, eran los mejores para el transporte por el río. Es la época de los “mayencos“, cuando las nieves caídas en el invierno engrosan el caudal del río y la corriente tiene más fuerza. Normalmente, en los tramos estrechos y poco profundos de los ríos pirenaicos, las “nabatas” estaban compuestas por dos o tres “trampos” y cuando llegaban al Ebro se juntaban unas con otras.
A veces, en las localidades ribereñas del río Cinca se encontraban algunos de los compradores de la madera que bajaban los “nabateros”.
“En Barbastro, en Monzón y por allí… En esos pueblos se expendían y en Estadilla que había quien hacía casetas pequeñas en el monte. La madera delgada la utilizaban mucho para eso, para los tejados e incluso para piso. A lo mejor había que ir al pueblo, entrevistarse con el alguacil y él lo pregonaba y, a veces, por el puente de Las Pilas, por ejemplo, salían gentes de los pueblos y compraban. Cuanto antes se podían vender, mejor.”
-Testimonio Nabatero veterano-
Lo más normal era que el transporte se realizara hasta el Mar Mediterráneo. En ese caso, la duración del viaje hasta Tortosa costaba entre ocho y quince días, dependiendo de la cantidad de agua que bajara por el río y de las veces que la “nabata” embarrancara.
“Porque si te parabas ya era por una piedra que te engañaba o que te quedabas con el agua muy delgada que decíamos, que muchas veces tenías que tirar con barras, pero de lo lindo, y sacar piedras para hacer sitio para que la madera flotara en vez de pegar en el suelo.”
-Testimonio Nabatero veterano-
El aire y la niebla se convertían en factores tan negativos que, en muchas ocasiones, obligaban a parar a los “nabateros”.
“En épocas, cuando sube la niebla, te intercepta de tal forma que tienes que parar incluso; A veces, en la ribera del Ebro, había que atar las “nabatas” por delante, si no te echaba para atrás, contra la orilla, o sea que había cantidad de factores según épocas que… la niebla era uno de los malos y el aire tambien.”
-Testimonio Nabatero veterano-
Los “nabateros” conocían todos los secretos de la navegación por el río y distinguían a lo lejos el tramo por donde tenían que pasar. La falta de caudal era una de las causas de embarrancamiento. Aunque el cauce del río no dejaba asomar las grandes piedras, la base de los maderos tocaba en el fondo deteniéndose el descenso. Ello les obligaba a desembarrancar las “nabatas” ayudados por las barras de madera.
“Según la cantidad de agua, los rincones que llamábamos, había que cogerlos de una forma, las curvas había que cogerlas de otra forma. Podías ir según como bajara el agua; pues hoy baja un agua buena y alegre, hoy se puede ir por la punta que decías, por un poco más afuera, y cuando ya bajaba menos, teníamos que ir un poco por el centro.”
-Testimonio Nabatero veterano-
Los troncos de los extremos de las “nabatas” recibían el nombre de “lapazones” y se utilizaban para salir de los embarrancamientos. Al soltar los verdugos traseros que sujetaban los “lapazones”, estos se abrían arrastrados por la corriente ampliando la superficie de empuje del agua, lo que ayudaba considerablemente a salir del atasco.
La conducción de las “nabatas” requería fuerza y habilidad. El “nabatero” que llevaba el remo delantero, se llamaba “puntero“, y debía coordinarse con el que manejaba el remo trasero.
“Pues en el cruce de un agua con otra, según como te cogía el remo de delante, y había veces tambien el de atrás, igual te tiraba fuera de la nabata al río. Había que procurarse siempre que no te sacara el remo de encima de la madera porque entonces ya la conducción estaba perdida, que la madera fuera siempre debajo de los pies.”
-Testimonio Nabatero veterano-
El transporte de la madera por el río, no estaba exento de peligros y accidentes. Muchos “nabateros” perdieron su vida en las tortuosas aguas del río Cinca.
“Había bastante peligro en las zonas de puentes, porque cuando la guerra se tiraron los puentes y entonces interceptaban mucho el paso; en algunos de ellos, había que ir con mucha cautela. En el año 36 en el puente de Alcolea, tambien se ahogó uno de Laspuña. Se les atravesó la “nabata” en la pila del puente y entonces se ve que se puso a deshacerla para salir, puso un pie en cada tramo, cortó las acopladeras y de repente se metió de cabeza en el río; no sé si no sabía nadar o qué, el caso es que se ahogó.”
-Testimonio Nabatero veterano-
“Había sitios muy peligrosos, porque hay muchos remolinos que si los cogías de subida igual te echaban para atrás.”
-Testimonio Nabatero veterano-
“Pues eso de los “nabateros” desapareció a raíz de cuando ya el pantano de Mediano. Quedó zanjado, sin paso; hasta entonces se iba bajando y aún se hizo algo por carretera, mermando el tranporte del río. Cuando se dejó fue cuando el paso se quedó cortado allí en Mediano.”
-Testimonio Nabatero veterano-
Hace más de medio siglo que, los veteranos “nabateros” de Laspuña y Puyarruego, bajaron con su última carga de madera hasta Tortosa. El recuerdo de cada tramo del río, de cada curva o de cada roca del cauce todavía se guarda en el mapa de su memoria. Cuarenta años después los jóvenes de la comarca han querido revivir anualmente esta actividad para recordar la historia de sus antepasados. Con la organización de los descensos anuales de “nabatas” los sobrarbenses recuerdan y homenajean a los viejos “nabateros” del Cinca, a los que se tragó el río y a los que se llevó el tiempo tras duros trabajos para sobrevivir en estas montañas.