SAN ANTÓN Y EL ERGOTISMO
Artículo de Eugenio Monesma Moliner
Febrero de 2018
Revista ALACAY
HAGIOGRAFÍA DE SAN ANTÓN
La imagen de San Antón o San Antonio Abad se reconoce con facilidad en todas las iglesias, ermitas o espacios sagrados, porque se representa con la figura de un anciano barbado cubierto con un capote oscuro que lleva dibujada una T en su hombro izquierdo, apoyado en un bastón del que, a veces, cuelga una campanilla; en ocasiones sujeta un libro en su mano izquierda y siempre va acompañado por un cerdo a sus pies.
Imagen de San Antón en la Capilla que tiene en la ciudad de Huesca.
Para profundizar en la historia de San Antonio Abad o San Antón, como es conocido popularmente, nada mejor que recurrir a la obra del dominico italiano Santiago de la Vorágine, “La Leyenda Dorada”, escrita a finales del siglo XIII, para la que se basó en los escritos de su biógrafo San Atanasio “Vita Antonii”. En ella nos cuenta que nació en el año 251 en el Alto Egipto, hijo de ricos y nobles padres, y que a sus veinte años oyó leer en la iglesia el pasaje “Si quieres ser perfecto, vende tus bienes y reparte entre los pobres el dinero que obtengas de la venta.” Y así lo hizo. Se desprendió de todas sus posesiones y luego se retiró al desierto de Tebas para hacer vida eremítica y ascética.
San Antonio tuvo que soportar a lo largo de toda su vida innumerables tentaciones de los demonios para que abandonara el camino de la oración. Luchó contra los apetitos de la carne que se le presentaban en forma de bellas seductoras, desafió y se enfrentó a los diablos que se convertían en sus perseguidores. Los malos espíritus surgidos del Averno le atormentaban en su retiro y en sus visiones aparecían por el espacio demonios, animales y bestias extraños y feroces que querían despedazarlo. Quizás estas leyendas fueron las que inspiraron a algunos pintores los mundos fantásticos que recrearon en las “Tentaciones de San Antonio”.
“Las tentaciones de San Antonio”.- Iglesia parroquial Ntra. Sra. de la Asunción.- Almudévar (Huesca)
En su vida eremítica conoció a un viejo anacoreta llamado Pablo, con quien se alimentó con el pan que un cuervo les traía, tal como se representa en algunas pinturas. Por su fama de hombre santo y austero, Antonio fue seguido por otros ermitaños que querían encaminar su vida espiritual, y eran muchos los seguidores que acudían a él para pedirle consejo. Se fue iniciando así una comunidad de ermitaños de vida en común que no seguían ninguna regla escrita. San Antonio Abad recibía a todos aquellos discípulos, los enfermos o los poseídos, que se le acercaban atraídos por su aura de santidad con el fin de ser sanados o para que les encaminara en la vida espiritual.
San Pablo y San Antón alimentados por un cuervo. Obra de Teniers en el Museo del Prado
La muerte de San Antón, según cuenta su biógrafo Atanasio, aconteció en el año 356, cuando contaba 105 años de edad, y por su deseo los restos fueron enterrados en una tumba anónima. Más de un siglo y medio después de su sepultura, sus reliquias, que fueron tenidas como milagrosas, se desenterraron y se depositaron en unaiglesia de Alejandría.
San Antón dando sepultura al eremita Pablo con la ayuda de unos leones.
EL ERGOTISMO
En el año 1074, en la ciudad de Vienne, en el departamento al sur de Lyon, un tal Jocelyn, hombre originario del Delfinado, señor de Castronovo, a su regreso a Francia llevó consigo desde Constantinopla una reliquia de San Antonio Abad y la colocó en una nueva iglesia que se edificó en La Motte Saint-Didier.
En esa época una peste, que atacaba a todos sin distinción, hombres y mujeres, ricos y pobres, jóvenes y ancianos, empezaba a asolar Europa. Se trataba de una enfermedad mortal en la mayoría de los casos, que era conocida en un principio como “ignis sacer” o “fuego sacro”, y también “fuego infernal” y “mal de los ardientes”, para pasar a llamarse más adelante “fuego de San Antón”. En el siglo XI, esta enfermedad, que producía fiebre ardiente y delirios, llegó a convertirse en una epidemia de difícil cura, mucho más maligna y terrorífica que la lepra. Los cristianos atribuían todos estos males a un castigo divino por los pecados cometidos, que muchos religiosos relacionaban con la lujuria. Se extendió entonces la creencia de que las reliquias de San Antonio podían curar el “fuego sacro” y desde entonces se llamó “Fuego de San Antonio”.
Uno de los afectados por el “fuego sacro” fue Girando, hijo del noble francés Gastón de Vallorie, quien recurrió a San Antonio ofreciéndole toda su fortuna si curaba a su hijo. Esa noche Gastón tuvo un sueño en el que San Antonio le decía que su hijo se curaría, pero que debería emplear todas sus riquezas y bienes para socorrer a los afectados por el “fuego sagrado”. Girando se salvó y padre e hijo cumplieron la promesa creando la Orden de los Hospitalarios de San Antonio, cuya constitución fue aprobada por el Papa Urbano II en el año 1095, en el concilio de Clermont. Nació así una cofradía hospitalaria con vocación de atender a los enfermos y especializada en tratar de salvar a las víctimas de una enfermedad que siglos más tarde se conocería como ergotismo gangrenoso. Los enfermos llegaban buscando una curación milagrosa surgida de las reliquias delsanto.
Espiga de centeno afectada por el hongo Claviceps purpurea
Esta enfermedad tenía sus orígenes en la ingestión más o menos prolongada de centeno contaminado por un hongo tóxico parásito (Claviceps purpúrea). De todos los cereales, el centeno era el más cultivado en Europa, especialmente en las regiones orientales desde Francia hasta Rusia, por lo que afectó con mayor intensidad a los agricultores nórdicos y centroeuropeos y, por supuesto, a las clases más desfavorecidas. El cornezuelo del centeno, que era como se llamaba popularmente a este parásito que suplantaba a algunos granos de la espiga, se desarrollaba más fácilmente en los años húmedos. Al molerse el centeno para convertirlo en harina se mezclaba con los granos contaminados y tras la elaboración del pan con esa harina, el riesgo de contagiarse por la enfermedad estaba asegurado.
El ergotismo, que es el nombre científico de esta enfermedad, se presentaba dediferentes formas, ocasionando una muerte rápida en el caso de que afectara a las vísceras abdominales, lo que producía un dolor insoportable. La otra manifestación de la enfermedad se daba en las extremidades y en la nariz, hasta tal punto que corroía los pies y las manos, con una sensación de ardor en la carne, que daba la impresión de que se iban quemando por un fuego interno, de ahí el nombre de “fuego sagrado”. Poco a poco, las extremidades afectadas se iban volviendo negras, se gangrenaban, se secaban y terminaban desprendiéndose del cuerpo sin pérdida de sangre. Los que sobrevivían a esta enfermedad quedaban mutilados y deformados para toda la vida, incluso de sus cuatro miembros. Cuando la enfermedad atacaba a las mujeres embarazadas, éstas abortaban y sufrían las mismas consecuencias que el resto de los enfermos; no en vano, el cornezuelo del centeno ya era conocido en la antigüedad para provocar el aborto a las mujeres. En un principio, la solución para librarse del “fuego sacro” era rezar, encomendarse a las reliquias del santo o llevar amuletos bendecidos. Se buscaba una protección bajo la ignorancia de la etiología de la enfermedad.
En 1130 la gran epidemia se cebó en la Lorena francesa, que causó la muerte a una gran cantidad de personas. Es también en el siglo XII cuando aparecen en España los primeros focos del “mal de San Antón”. Los afectados por el “fuego sacro” acudían a los monjes aquejados por fuertes dolores viendo que sus manos y brazos, pies y piernas se iban secando, tomando un color negruzco, hasta desprenderse del cuerpo.
Ilustración del Códice Manesse (Siglo XIII). Un hospital Antoniano.
A este lado de los Pirineos se crearon dos encomiendas de San Antonio Abad, la de Castrojeriz y la de Olite. La Encomienda Mayor de Castrojeriz, en la provincia de Burgos, fue fundada por Alfonso VII en 1146, en el recorrido jacobeo. A partir del siglo XII se fueron extendiendo por toda la Península y de ella dependieron todos los centros hospitalarios de Castilla, Andalucía, Granada, Portugal e Indias Orientales. La otra Encomienda General se creó hacia 1270 en Olite (Navarra); el actual convento de las Clarisas fue monasterio antoniano, e integraba las casas de los reinos de Navarra, Aragón, Valencia, Islas de Mallorca y Menorca, Principado de Cataluña y Condado de Rosellón y Cerdeña. Esta encomienda llegó a tener 14 casas-hospitales: Olite, Pamplona y Tudela en Navarra; Zaragoza, Huesca y Calatayud en Aragón; Valencia y Orihuela en Levante; Barcelona, Lérida, Cervera, Tárrega y Valls en Cataluña, y Palma de Mallorca en las Islas Baleares.
Ante la llegada masiva de enfermos en busca de sanación por influencia de las reliquias se creó una fraternidad de laicos que se tenía que enfrentar a una situación en la que no quedaba más remedio que amputar los miembros afectados. A esta primera instalación se la llamó “Casa de los Pobres” y más adelante construyeron un hospital que llamaron “Hospital de Desmembrados”, pues allí se realizaron las primeras operaciones quirúrgicas, como la amputación de manos y piernas para evitar la expansión de la gangrena. De esta práctica, llamada “serratura”, Barthomé, un cirujano de la época, dejó testimonio escrito en su diario de operaciones, tal como lo describe en uno de sus trabajos Ricardo Ollaquindia: “El paciente estaba sentado en una silla y era sujetado a ella por los ayudantes. Le ponían un velo sobre el rostro. Le daban un preparado a base de opio, morelle, jusquiame y mandrágora, bien líquido, y muy fuerte, que so plantas con propiedades narcóticas. Le ponían en la boca una esponja humedecida en agua con vinagre y un trozo de cuero para que apretase los dientes. Cuando el enfermo perdía el conocimiento el cirujano cogía la sierra que estaba depositada en el brasero.” La “morelle” citada es una solanácea llamada “uva de lobo” y el “jusquiame” es el beleño negro. Esta práctica solo la podían realizar los laicos desde que en 1215, en el IV Concilio de Letrán, fuera prohibido a los clérigos realizar intervenciones sangrantes.
Grabado de la operación quirúrgica de la amputación de una pierna.
En 1247 el Papa Inocencio IV creó la Orden Hospitalaria de los Antonianos en Alemania, bajo las reglas de San Agustín, hasta que en 1297, Bonifacio VIII les concedió autonomía, dependiendo directamente de la Santa Sede.
EL CAMINO DE SANTIAGO
La Orden de San Antón iba creciendo por toda Europa a la vez que mantenía una importante red hospitalaria para la atención de los enfermos, una labor terapéutica que realizaban monjes con escasa preparación científica. El único remedio conocido en un principio era la peregrinación hacia Santiago de Compostela, por lo que se convirtió en aquel tiempo en un destino a través de un itinerario que podía ayudar a la sanación de los enfermos del “Fuego de San Antonio”. Los afectados de forma endémica por la enfermedad en el norte y centro de Europa acudían en peregrinación a Santiago de Compostela, a través de un trayecto donde las fundaciones hospitalarias, encomendadas a los antonianos, ofrecían un lugar de descanso y de recuperación a los caminantes, enfermos, pobres y menesterosos.
Cuando los peregrinos llegaban a los hospitales con su enfermedad en estado avanzado o crítico, los monjes tocaban con su báculo las extremidades gangrenadas y las heridas para mitigarles el dolor. Del “Fuego de San Antón” se decía que “atormentados por dolores atroces, los apestados lloraban en templos y plazas públicas buscando consuelo a la dolorosa enfermedad que les corroía pies y manos”. Los monjes les atendían con ungüentos elaborados a base de plantas curativas que ellos mismos cultivaban. La parietaria, según “El Dioscórides renovado” de Pío Font Quer, era uno de los remedios contra el “Fuego de San Antón”, aplicada en forma de emplasto. Allí se les daba para comer “Pan de San Antón”, que eran panecillos elaborados con harina de trigo, libres de cualquier contaminación, y con la cruz Tau marcada sobre la masa. La Tau (T) era la letra número 19 del alfabeto griego y la última letra del hebreo, que San Antón adoptó como símbolo que lucía en su hábito y que se extendió a toda la comunidad. También se les ofrecía el “vino milagroso”, bien bebido o hisopado sobre las heridas, procedente de las viñas que los mismos monjes cultivaban y que se pasaba por las reliquias del santo para alcanzar el poder curativo. Además les entregaban una Tau bendecida a modo de escapulario y una campanilla con la cruz de San Antonio. La enfermedad iba remitiendo con el cambio de la dieta, una vez sustituido por pan de trigo el pan de centeno contaminado, a lo largo de días y días caminando hacia Santiago de Compostela.
Según consta documentalmente, en el año 1650 fue atendida en Salamanca una tal Catalina Rodríguez, que perdió los dos antebrazos totalmente gangrenados: “Le lavó la llagas por su mano con el vino del santo, que se pasa por las reliquias, y mejoró, y vivió seis años después”. Las extremidades negruzcas y secas se colgaron de la puerta de la Iglesia de San Antón, donde permanecieron bastantes años. Y es que era una práctica habitual en los hospitales antonianos colgar los despojos amputados o perdidos a la vista, a modo de exvotos, que señalaban el poder del santo, como afirmaba un peregrino francés.
Para poder atender a los peregrinos que pasaban por los hospitales a cualquier hora del día o de la noche, en el exterior de los edificios había unas pequeñas alacenas en las que se depositaban panes y jarras de vino. Pero a pesar de todos estos remedios, la higiene, la dieta y la asistencia médica no eran suficientes y la enfermedad seguía arrasando vidas, lisiando y matando. Anejo al hospital estaba el cementerio donde se daba sepultura a los cuerpos casi carbonizados por el “fuego de San Antón”.
Retablo de San Antonio (fragmento) en el que puede verse un fraile antoniano atendiendo a los enfermos del fuego de San Antonio. MNAC (Barcelona)
Los mendigos. Brueghel el Viejo.
Los hospitales tenían que almacenar alimentos en buenas condiciones y durante largo tiempo para atender a todos los que llegaban en busca de sanación. Uno de los privilegios que los Reyes Católicos otorgaron a la Orden de San Antón para el sostenimiento económico de la red hospitalaria era la autorización para pedir limosnas. Con su distintivo de la Tau (T) de color azul bordada en su hábito, recorrían los pueblos y ciudades con un carro tirado por una caballería engalanada, un estandarte, unos bacines y unas campanillas con la Tau grabada para avisar de su presencia y llamar la atención de las gentes.
Otra forma de conseguir financiación era mediante la donación que les hacían de algunos cochinillos que, con una campanilla colgando, se criaban sueltos por las calles, siendo respetados y alimentados por las gentes del lugar, mientras estuvieran en su espacio doméstico. Luego, cuando ya se habían desarrollado lo suficiente, eran sacrificados y los antonianos recibían los beneficios de su venta o de la rifa de sus piezas. Unos cerdos que formarían también parte de la alimentación de los enfermos y cuyas grasas servirían para preparar los ungüentos sanadores.
Cerdo de San Antón por las calles de La Iglesuela del Cid.
Las donaciones por la intercesión milagrosa del santo también contribuían al crecimiento de las arcas. El coleccionista Waldesco Balaguer nos facilitó un pequeño librillo editado en Valencia titulado “Novena obsequiosa en gloria y veneración del esclarecido Padre de los Anacoretas San Antonio Abad, a quien en cumplimiento de un voto, muy humilde la ofrece un digno devoto suyo”.
Detalle de las dos primeras páginas de la Novena a San Antón.
El motivo de esta novena es el ofrecimiento que “Ciertos Consortes” hacen por un milagro acontecido en el año 1712 a su hijo de 15 meses que, estando sano, “una recia calentura, con un vehemente letargo, que le embargó los sentidos toda aquella tarde, y noche, hasta las nueve horas de la mañana siguiente (…) se advirtió, que la malignidad del humor le avia privado totalmente la vista”. Recurrieron a la protección y eficacia de San Antonio y le prometieron que “Si su Hijo lograva la deseada vista, procurarían adelantar por la redondez del mundo, quanto fuera posible de su parte, sus admirables Glorias, y prodigiosos Milagros”. Los dos consortes fueron con su hijo a la “Casa y Hospital del Santo” en la ciudad de Valencia, donde una vez realizadas las rogativas “tomaron de la Lampara, que arde enfrente del Altar del Santo, un poco de Oleo, con el cual ungieron los Parpados del Niño, haciendo la señal de la Cruz en nombre de Dios, y del Glorioso San Antonio Abad, lo que continuaron por espacio de nueve días, y sin aplicación de otro remedio alguno, en este ultimo advirtieron, que el Niño avia cobrado ya la vista muy perfeta, con la qual oy dia se mantiene, y goza de salud robusta”.
LOS SÍMBOLOS DE SAN ANTÓN Y DE LOS ANTONIANOS
La simágenes de San Antonio Abad, que se han venido difundiendo a lo largo de los siglos para que los iletrados pudieran entender y conocer su vida y sus milagros, establecen una iconografía que se reconoce fácilmente por una serie de atributos.
La Tau.
Símbolo de la Tau en la predela del retablo de San Antón en su Capilla de Huesca.
La Tau es el símbolo distintivo que los miembros de la Orden Antoniana llevaban por señal y divisa y fue considerada como amuleto apotropaico contra la muerte súbita. Era la letra elegida por Dios para la salvación, como se puede leer en la Biblia (Ezequiel 9. Los mensajeros de la destrucción): “Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y pon por señal una Tau en la frente de los que se duelen de todas las abominaciones que en medio de ella se cometen.” “Pasad en pos de él por la ciudad y herid. No perdone vuestro ojo ni tengáis compasión: viejos, mancebos y doncellas, niños y mujeres, matad hasta exterminarlos, pero no os lleguéis a ninguno de los que llevan la Tau”.
Algunos investigadores opinan que la Tau, por su parecido, posiblemente simbolizara las muletas que llevaban aquellos lisiados afectados por la epidemia que buscaban auxilio y cuidados. Ricardo Ollaquindia informa de la existencia en las biblias de Pamplona de 93 ilustraciones con báculos en forma de Tau.
El cerdo.
El cerdo es la representación animal más popularizada de la imaginería de San Antón, pero sobre su significado simbólico hay diferentes versiones. Una de las explicaciones legendarias de la presencia del cerdo en la iconografía de SanAntón es que este animal simboliza la concupiscencia y la lujuria representadas por uno de los diablos que fue convertido en este animal, tras las muchas tentaciones que sufrió el santo. Porque, el cerdo simboliza a los demoníacos girasenos conjurados por Jesucristo, según el pasaje del Evangelio (Mateo 8, 28-34) “Y había allí una gran piara de cerdos paciendo junto al monte. Y los demonios le rogaron, diciendo: Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos. Y El les dio permiso. Y saliendo los espíritus inmundos, entraron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se precipitó por un despeñadero al mar, y en el mar se ahogaron”.
San Antón acompañado por el cerdo o jabalí y otros animales.
También cuenta otra leyenda en la tradición catalana que se le acercó una jabalina totalmente ciega con sus crías suplicándole que la curara. Tras la sanación por su intercesión la madre de los jabatos se quedó con él acompañándole. Por eso, algunos afirman que el animal que acompaña a San Antón no es un cerdo sino una jabalina.
La campanilla.
La campanilla es otro de los símbolos que acompañan a la imagen de San Antón, bien colgada del cuello del cerdo, o pendiendo del báculo, que simbólicamente alejaba a los malos espíritus. La campanilla, con la Tau grabada, avisaba de la presencia de los antonianos cuando iban a hacer las cuestaciones. Por su sonido, sabían los vecinos, los campesinos, los ganaderos, los fieles, que pasaba un fraile o un representante de San Antón y que a él sí que le podían dar limosna, en un tiempo en el que reinaba la picaresca.
Otra interpretación es que, al igual que ocurría con la lepra, se creía que el “fuego sacro” era contagioso; por ello, los enfermos debían hacer notar su presencia tocando una campanilla y llevar su boca tapada para evitar “el fedor de su respiramiento malo”.
El libro y el báculo
Grabado de San Antón con el libro bajo su brazo y el fuego en el báculo.
Otros dos elementos son el libro y el báculo. Unas veces este bastón tiene la forma de Tau y otras se representa como un báculo abacial. Según algunos autores, el libro representa las lecturas directas de la Naturaleza que hacía en su retiro en el desierto, ya que San Antón tuvo todas las ciencias por divina virtud. Otros lo relacionan con las reglas monacales. Y hay también quien dice que son las Sagradas Escrituras.
El fuego
En muchas de las fiestas que se celebran en torno a San Antón, el fuego está presente en las hogueras o en el incendio de la barraca donde habitaba, cuando era acosado por las tentaciones. En algunas imágenes se representa el fuego a los pies del santo o sobre el bastón, porque había resistido al fuego de las tentaciones. Podría tratarse de un elemento purificador asociado al santo, como dominador del fuego de la enfermedad o “mal de los ardientes”, esa plaga temida que consumía los miembros de las personas. Pero también podríamos relacionarlo con los fuegos purificadores del solsticio de invierno, que se encienden en las fiestas que se celebran en honor a muchos santos en el mes de enero.
Representación de San Antón con el fuego a sus pies
En algunos pueblos de la provincia de León, cuando se daban epizootias, se marcaba a fuego a los animales con el llamado “hierro de San Antón”, e incluso con él se marcaban las entradas de las cuadras, con el fin de que los animales quedaran protegidos de las enfermedades.
El pan
Es mucha la iconografía relacionada con San Antonio Abad en la que podemos encontrar la escena en la que un cuervo lleva en su pico, para él y para San Pablo, un pan con el fin de que se alimenten durante su retiro espiritual. En la actualidad, el pan está presente en todos los rituales que se celebran en honor a San Antón el día 17 de enero, y se bendice “para que se vea libre de todo veneno que haya en él”.
San Antonio Abad y San Pablo. Velázquez. (Museo del Prado)
LAS REPRESENTACIONES DEL “FUEGO SACRO”
San Antonio ejerció un gran impacto en la devoción popular medieval y en las representaciones artísticas. Son muchas las obras pictóricas sobre este santo eremita que podemos encontrar en los más importantes museos de Europa, en iglesias de ciudades y pueblos o en pequeñas capillas. Pero hay algunos que han alcanzado gran fama, como es el cuadro de “LasTentaciones de San Antonio” de Hiéronymus Bosch “El Bosco”, datado entre 1500 y 1505, en el que el autor hace algunas referencias a esta enfermedad. Una es el detalle de un hombre sentado en el suelo con un gran sombrero, que está mirando un pie amputado tirado en el suelo sobre un paño, que probablemente sea el suyo. Otra alusión al ergotismo en esta misma obra es la imagen de un mendigo músico que camina con una pata de palo por tener su pierna gangrenada.
Las Tentaciones de San Antonio. “El Bosco”.
Detalle de hombre mirando su pie que se ha desprendido a causa del ergotismo.
Detalle de músico con la pierna afectada por el ergotismo.
En “Las tentaciones de San Antonio”, de Mathías Grünewald, que se encuentra en el retablo del altar de Isenheim, vemos un personaje que se retuerce de dolor por los espasmos y las aparatosas lesiones que presenta en la piel, como víctima del “fuego del infierno”.
Tentaciones de San Antonio, de Mathías Grünewald.
Brueghel el Viejo, en su obra “El Carnaval y la Cuaresma” nos muestra a un grupo de tullidos y desmembrados que, posiblemente, hayan sufrido o estén padeciendo las consecuencias del “Fuego de San Antón”.
Detalle de tullidos. El Carnaval y la Cuaresma. Brueghel el Viejo
En algunos grabados vemos a San Antón rodeado de imágenes con exvotos anatómicos, que corresponderían a las extremidades cercenadas por la enfermedad del “ignis sacer” o “fuego sagrado”.
Imagen de San Antonio Abad rodeado de animales y con miembros desprendidos a causa del ergotismo, colocados a modo de exvotos.
EL DECLIVE DE LA ORDEN
En la Edad Media la Orden de San Antonio Abad gozaba de gran prestigio y presencia social y los hospitales estaban llenos de enfermos que acudían en busca de la sanación milagrosa y del consuelo divino. En el año 1478 se aprueba una gran reforma en la que se establecía que la comunidad Antoniana solo podía acoger y curar enfermos aquejados por el “Fuego de San Antón”. Hasta esa fecha los Antonianos habían construido más de 370 casas y hospitales a lo largo de las principales rutas europeas de peregrinación.
El gran protagonismo de la Orden va a empezar a languidecer a partir de finales del siglo XVI. La enfermedad que atendían los Antonianos era el mal de San Antón, cuyo origen estaba en comer pan de centeno contaminado por el cornezuelo. En 1597, la Facultad de Medicina de Marburgo investigó sobre los posibles orígenes de la enfermedad, llegando a la conclusión de que era consecuencia de la ingesta de pan amasado con harina de centeno contaminada por el hongo “claviceps purpurea”. Entonces, cuando se conoce la raíz de la enfermedad se actúa sobre ella y la Orden Antoniana, cuyos hospitales se especializaron en la atención de esa epidemia, perdió importancia.
Por otra parte, a partir del siglo XVII las medidas higiénicas en Europa aumentaban a la vez que mejoraba la alimentación. En la época de La Ilustración, el vagabundeo de los cerdos por las calles no era aceptado por las autoridades, que lo consideraban como una falta de higiene. A mediados del siglo XVIII en las ciudades de Madrid y Toledo se prohibió la manutención pública de los cerdos que deambulaban por la urbe, siendo compensada esta pérdida económica con impuestos a las artes teatrales. Poco a poco, el interés por la Orden fue decayendo, quedando menos hospitalarios cada vez, en su mayor parte legos, que vivían casi todo el año fuera de sus conventos, a la vez que disminuían sus rentas.
La promulgación de una bula del Papa Pío VI en 1787, a petición del rey Carlos III, llevará a su progresiva extinción a la Orden de San Antón en España y de las Encomiendas dependientes en América. El 22 de abril de 1788 se daba una “Instrucción Real sobre lo que se debe hacer con los bienes de la orden suprimida”. Terminaba así una labor asistencial realizada por la orden antoniana durante 700 años, entre los siglos XII y XVIII.
La desamortización de los bienes eclesiásticos alcanzó a una institución que en la Edad Media ocupó un primer plano en la asistencia de los enfermos y excluidos, por lo que debía abandonar todas sus propiedades. Se les privó de sus Casas o Conventos, bienes muebles y todos aquellos objetos sagrados que pasaron a poder de la Corona Real. A los religiosos se les concedió la libertad para que permanecieran allí durante el resto de sus días.
Tal es así, que a los pocos años de la exclaustración de los Antonianos de la Encomienda de Olite, en 1804, entran las Hermanas Clarisas en el convento que ellos ocuparon. Allí todavía se pueden apreciar las huellas simbólicas de la estancia de los Antonianos.
Del lamentable estado en que se encuentra el edificio que fue hospital de San Antonio en Castrojeriz, cercano al convento de Santa Clara, todavía se puede ver un rosetón gótico con ocho Taus enteras, de las doce que tendría en origen.
LA HUELLA DE LOS ANTONIANOS EN ARAGÓN
Zaragoza
Aunque ya se cita en documentación del año 1202, a finales del siglo XIII existía en Zaragoza el Hospital de San Antón a cargo de los canónigos de San Antonio Abad.
En su obra “Sanidad y beneficencia. Zaragoza siglo XV”, Mª Isabel Falcón localiza la ubicación del Hospicio de los Antonianos en Zaragoza: “De fines del siglo XIII data el Hospicio de San Antón, que estuvo al cuidado de los canónigos de la regla de este santo. El edificio, con su iglesia, formaba un bloque exento entre la calle Mayor de San Antón, la Subida de la Cárcel, el Pasadizo de San Antón y la Subida de San Antón (detrás de los actuales restos de muralla romana de La Zuda). Fue derribado a fines del siglo XVIII”.
El 24 de julio de 1387, según un trabajo de Pilar Pueyo Colomina, “El arzobispo García Fernández de Heredia concede indulgencias a los que contribuyan con sus limosnas a la obra de la fábrica de la iglesia y del hospital de San Antonio (diocésis de Vienne)”
Calatayud
Al parecer, los antonianos llegaron a Calatayud a finales del siglo XIII o principios del XIV. Allí fundaron su casa-hospital, una leprosería y las ermitas de San Lázaro y de San Antón. Tanto en la ciudad de Calatayud como en la de Daroca la asistencia de los leprosos estuvo en manos de los conventos antonianos y de San Lázaro respectivamente.
José Luis Cortés Perruca cita que hubo en Calatayud una comunidad de religiosos de esta Orden, que llegaron a la ciudad en torno al siglo XIII y fundaron una leprosería cerca de la ermita de San Lázaro. Posteriormente se trasladaron al interior de la ciudad, en concreto a la calle de San Antón, pero en 1703 ocuparon la parroquia en la iglesia de San Pedro de los Serranos. El retablo de la Virgen de la Cabeza de la Colegiata de Santa María la Mayor de Calatayud procedía del desaparecido convento de San Antón. En Calatayud existe además una antigua cofradía que aún rinde culto a este santo.
Huesca
En el libro “Fundación, excelencias, grandezas y cosas memorables de la antiquísima Ciudad de Huesca”, recopiladas por Francisco Diego de Aynsa y de Yriarte en el año 1619, en el capítulo XV relativo a los conventos de San Francisco, Capuchinos y de Santa Clara, hace referencia a la existencia en la iglesia oscense de Santo Domingo y San Martín, de una capilla “la segunda de San Antonio Abad, y en ella hay una cofadria de S. Antonio y Santa Susana instituyda en el mes de Febrero del año 1395, en tiempo del Obispo de Huesca don fray Francisco Basterio. Desta cofadria es la capilla, testa y peana del santo, y una reliquia que los padres tienen encomendada por cuenta de dicha cofadria”.
Según María Cruz Palacín, en su obra sobre la Vida de San Antón, en enero de 1362 fue fundada una cofradía bajo la advocación de San Antonio Abad, y se hizo en la capilla de don Pedro Jordán de Urriés, que después estuvo en el claustro del convento. Esta cofradía era de hidalgos y no entraba en ella sino quien lo era por privilegio real. También hace referencia a que entre las innumerables reliquias, hay una de San Antón Abad guarnecida en plata por dos extremos en una cajuela de marfil.
En su obra “Teatro Histórico de las Iglesias de Aragón. Tomo VII”, del Padre Ramón de Huesca, publicada en 1797, nos informa que “El sexto Convento que hubo en esta ciudad de los que ya no existen, es la Casa de los Religiosos de San Antonio Abad, llamados vulgarmente de San Anton. Esta Religion se extinguió en España con Bula de Pio VI, dada en Roma á 24 de Abril del año 1787. Aunque no tuvo efecto hasta el de 1791. A 25 de Mayo de este año se notificó à los Antonianos que habia en esta ciudad, dándoles facultad para morar en alguna de las casas de la Orden, ó fuera de ellas á su arbitrio, con la pension que les consignó el Rey durante su vida. Habia de ordinario, dos Sacerdotes, uno con el título de Comendador, y quatro Legos. Su Iglesia y Casa estaban en la calle de Salas mas abaxo de la Merced, en la acera opuesta, las quales ha comprado Antonio Tolosana”.
Capilla de San Antón en Huesca, con los sucesores de la famila Güerri-Piracés.
En la actualidad, el único edificio existente en Aragón que sigue en pie bajo la advocación de San Antonio Abad, donde hubo una comunidad de la Orden Antoniana, es la Capilla de San Antón en Huesca. Se encuentra junto al portal nº 75 de lacalle de San Lorenzo, que según la fecha que se talló en el dintel de la puerta, encima de una Tau, se debió construir en el año 1722, aunque el último número casi no se puede apreciar debido a una reparación con cemento. Pertenece a la familia Güerri-Ponzán, cuyos antecesores se hicieron cargo de la capilla desde la desamortización de Mendizábal, con la compra para convertir la propiedad en una casa de agricultores. Según cuentan los herederos, “esta casa, que era muy grande y tenía la capilla de San Antón en sus bajos, había sido un antiguo convento donde llegaron a convivir hasta trece monjes”. Enrique Güerri, “El Medianero”, siempre quiso impulsar y mantener la tradición en honor al santo, y recuperó la hoguera que antiguamente se encendía en la puerta de la capilla, a cuyas llamas los vecinos aportaban muebles y útiles agrícolas ya inservibles; una hoguera que en la actualidad se celebra en la plaza de Santa Clara. Ese día, 17 de enero, los vecinos, en su mayoría agricultores y labradores, encendían y depositaban velas en la capilla, con el fin de conseguir el beneficio protector de San Antón. Velas que también se traían a la capilla cuando algún animal de labor se ponía enfermo.
Capilla de San Antón en Huesca.
En el interior de la capilla, al fondo, preside el altar la imagen de San Antón, tallada en madera policromada y alojada en un sencillo retablo que se apoya sobre una predela en la que figuran dos Tau pintadas. Su capa está decorada con motivos florales y la Tau en el hombro izquierdo; en su mano derecha porta un báculo y en la izquierda un libro; a sus pies el cerdo y en el lateral izquierdo del retablo una pierna de madera colgando, de similares características a otra que se encuentra descolgada sobre la predela; ambas piernas están talladas con la misma técnica y decoradas con la misma pintura que la imagen de San Antón, por lo que no se pueden considerar como exvotos colocados posteriormente, sino que el propio artista quiso dejar bien clara la relación del santo con el ergotismo y la amputación de las extremidades.
A los lados del retablo se ubicaron diversas tallas: Santa Lucía, la Inmaculada, SantaTeresa, y la cabeza de Cristo con la corona de espinas. En unas hornacinas laterales se exponen otras figuras, a la izquierda El Salvador y a la derecha las de las Santas Nunilo y Alodia, que se encontraban en la capilla que había antiguamente en la calle San Salvador, donde estaba el pozo en el que fueron sacrificadas las santas de Adahuesca. Estas imágenes pertenecían a la familia de la madre de los hermanos Güerri.
Entre las pinturas que cuelgan de las paredes hay una que representa las Tentaciones de San Antonio, muy oscura debido a la suciedad acumulada por el humo de las velas, en la que se ve al santo con la cruz en la mano derecha tratando de librarse del acoso de los demonios; uno de ellos con cabeza de animal y garras con uñas, otro en forma de mujer desnuda y un tercero con cuernos arrojándole fuego por la boca hacia su cabeza. Al pie, parece apreciarse una pequeña figura montada sobre un animal irreconocible y con un gran capirote en la cabeza. En esta obra se aprecian claros paralelismos con la imagen del retablo del mismo título que preside unade las capillas de la Iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción de Almudévar.
Las Tentaciones de San Antonio.- Capilla de San Antón (Huesca)
Según cuenta una de las herederas de la familia Güerri, “Ese día, el diecisiete de enero, está ligado a mi infancia. Era un día de fiesta, sin cole. De tocar la campanilla por la calle, de vecinos, de “bocaditos” de nata, de apagar y encender velas en la capilla, de subir y bajar escaleras, del “mosen”, de leer el diario del Altoaragón porque salía mi padre, de escuchar su entrevista por la radio y sentirme orgullosa de él”.
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