SINOPSIS
El uso del aceite de enebro ha estado muy vinculado a la veterinaria y a la medicina popular. La obtención de este aceite se realizaba por la exudación, bajo la acción del calor, de los aceites contenidos en las toconas viejas de los enebros hembra. Para fabricar este aceite a nivel casero se utilizaba un cántaro o bien se montaba una pequeña estructura cónica cerrada con losas y barro a modo de recipiente. Pero también hubo una fabricación industrial a gran escala como así lo demuestran los cerca de treinta hornos, la mayor parte de ellos localizados en Riba-roja d’Ebre, que todavía se conservan. Dado que no hay testimonios ni documentación de esta actividad productiva, en el presente trabajo tratamos de aportar unas líneas hipotéticas de cómo funcionaban estos hornos en base a la técnica utilizada en la fabricación a nivel casero, de la que todavía hemos podido documentar el proceso.
INTRODUCCIÓN
En el mundo ganadero tradicional, cualquiera que fuera la especie domesticada, la albeitería o veterinaria se convirtió en una práctica tan necesaria como extendida y, en muchos casos, formaba parte de los conocimientos pastoriles. Eran los propios pastores los que, siguiendo la tradición, se encargaban de curar las enfermedades que achacaban a sus rebaños y las heridas que sufrían los animales en sus desplazamientos por el monte.
El ganado caballar, mular y asnal, de uso muy extendido en los siglos pasados principalmente para el transporte civil y militar y para los trabajos del campo, era propenso a padecer enfermedades en sus pies y manos debido a la humedad y a los terrenos pedregosos.
Uno de los remedios curativos que no podían faltar en el zurrón del pastor, en los corrales o en las cuadras de las caballerías era el aceite de enebro, un líquido viscoso, de color oscuro, de fuerte olor y sabor amargo. Su composición variaba según el lugar de procedencia de la materia prima y estaba constituido por gran cantidad de resina, muchos hidrocarburos y diversos fenoles.
LA MATERIA PRIMA
La materia prima para la fabricación del aceite de enebro se obtiene de las raíces o toconas del Juniperus oxycedrus, llamado también enebro de la miera, cada, càdec, ginebre o ginebró. Es un arbusto dioico (plantas macho y plantas hembra) de porte arbóreo, de clima mediterráneo, que se distingue por sus hojas aciculares, duras y verdes, con dos bandas blanquecinas a lo largo del haz. Los frutos tienen forma esférica, de color verde al principio y pardo-rojizo al madurar. El enebro da una madera fuerte, olorosa, imputrescible y resistente a la carcoma.
Para obtener el aceite de enebro no sirve cualquier parte del arbusto, sino las toconas o “zocarras” de los ejemplares hembras ya muertos o que han sido cortados hace algunos años y que todavía han seguido almacenando savia en su interior. Domingo Saura, que encendió el último horno de tipo casero en el año 2003, afirma por su experiencia que “Hay enebro y enebra, la enebra se utiliza cuando se seca para hacer el aceite de enebro, de la zoca que tiene abajo. Sin embargo, del macho no sirve, porque no lleva aceite”.
Normalmente estas raíces se cortaban durante el invierno hasta la primavera, cuando “apenas se mueve la savia y se podían distinguir los ejemplares muertos porque no florecían”. Al arrancar las toconas, en el mismo monte había que limpiarlas de tierra y piedras para que no llevaran impurezas, y luego reducirlas pacientemente con la azuela a pequeñas astillas para que quedara expuesto el duramen: “Pues más o menos sobre unos 10 o 15 centímetros de largas y menos de dos centímetros de gruesas, para que dilaten bien cuando entran en el cocido”.
LOS HORNOS INDUSTRIALES DE RIBA-ROJA D’EBRE
Y DE LOS PUEBLOS DE ENTORNO
La fabricación del aceite de enebro debió ser muy importante hasta finales del siglo XIX y primeros años del XX en la localidad tarraconense de Riba-roja d’Ebre, pues, hasta esta fecha, se han contabilizado 22 hornos industriales para este tipo de producción, algunos de ellos en un buen estado de conservación. Además de éstos, en algunos pueblos del entorno, incluyendo la comunidad aragonesa, podemos llegar a contabilizar más de una treintena de hornos de aceite de enebro con unas técnicas constructivas muy parecidas entre ellos.
No hay tradición oral sobre la construcción y el funcionamiento de estos hornos, pues las personas octogenarias de los pueblos donde se encuentran, e incluso sus descendientes y los de los propietarios, no recuerdan haberlos visto funcionar ni han oído en su familia cómo se obtenía el aceite. Sí que hay una limitada información oral de la comercialización del producto en la feria de Salas de Pallars o en los pueblos del nordeste de España y de su utilización en la veterinaria, lo que nos hace pensar que hace ya más de cien años que estos hornos dejaron de funcionar.
Los documentos del archivo municipal, que podrían dar importantes pistas sobre la importancia de estos hornos y del producto en ellos obtenido, de sus tasas e impuestos y de la comercialización, desaparecieron durante la Guerra Civil, pues debemos tener en cuenta que este territorio pertenece a la zona que fue Frente del Ebro, uno de los territorios más castigados durante la contienda.
LAS BASES DEL ESTUDIO
Para poder llevar a cabo este estudio y análisis del funcionamiento de los hornos de aceite de enebro y del uso de este producto, nos vamos a basar en la experiencia que tuvimos en el año 1997, cuando recogimos en vídeo el proceso casero de sus obtención dentro de un cántaro en el pueblo turolense de Nogueruelas, con Juan Baselga, y el que, a nivel casero, grabamos en el año 2003 con Domingo Saura en Mora de Rubielos. Poder compartir la tarea de destilación en seco conviviendo con ellos durante el proceso nos aportó una valiosa información oral y gráfica que es clave para este estudio.
A lo largo de casi cuatro décadas de realización de varios cientos de documentales sobre actividades productivas y oficios perdidos, hemos podido vivir en directo alrededor de sesenta procesos de combustión para la transformación de materias primas, con cierto paralelismo con el de la obtención del aceite de enebro. Así pues, por nuestra experiencia, nos atrevemos a dividir los hornos en tres tipos, según sus usos:
1.- Hornos en los que la materia prima hace de combustible.
En el caso de la obtención de la pez, la materia prima, que pueden ser las teas de las toconas de los pinos o los restos secos y serojas procedentes de la resinación de esos árboles, arde directamente expulsando los aceites contenidos hacia el fondo del horno. La materia prima de las carboneras, el cisco, el picón o los fornigueros, que es la leña o ramaje todavía verde, arde controladamente mediante una combustión con ausencia de oxígeno.
2.- Hornos de materias primas que necesitan un combustible vegetal.
En los hornos para la fabricación de la cal o del yeso, las tejerías, los de cerámica o los de fundición de los metales, el fuego va directo a la materia prima a través de una rejilla, actuando con un poder calorífico controlado por el hornero, pero con la llama siempre por debajo y calentando de abajo hacia arriba.
3.- Hornos en los que el fuego no puede estar en contacto con el producto.
Dentro de esta tipología tendríamos, por ejemplo, la destilación de esencias (el aceite de las bayas de enebro, la lavanda…) y la obtención de la ginebra o el anís, en las que el fuego calienta una gran olla cuyo interior está dividido en dos zonas separadas por una rejilla; la parte inferior contendría el agua o el alcohol, según el caso, y por encima de la separación se colocarían las plantas, las bayas (gálbulos) o los ingredientes de los que se va a extraer su esencia; el fuego calentaría el líquido y las plantas hasta evaporarse, mezclándose los gases destilados de ambos productos; esta mezcla fluida pasaría por un serpentín refrescado con agua corriente, convirtiéndose en estado líquido; el aceite flotaría sobre el agua en el caso de las esencias y por decantación se separaría, mientras que en el caso del alcohol simplemente habría tomado el sabor de la planta. Y otro tipo de hornos en los que el fuego no puede estar en contacto con el producto son los de leña para la cocción del pan, donde nos encontramos con dos modelos: los de fuego en el interior de la bóveda, cuyas brasas se extraen o se colocan en un lateral una vez que se alcanza la temperatura ideal, y los de fuego indirecto, que también se alimentan con combustible vegetal y las llamas y el calor se van distribuyendo por una cámara de combustión que rodea la bóveda por el exterior. Los hornos de obtención del aceite de enebro objeto de nuestro estudio pertenecerían a este grupo y su funcionamiento se basaría en la misma técnica que este segundo método de horno de elaboración de pan.
Aurelio Bail, estudioso de la alfarería y de la cerámica es propietario de una colección de más de 2.500 piezas e investigador y experto en hornos de cocción de piezas de barro. Asistió con los miembros de la Asociación de Amics de Riba-roja d’Ebre a la visita y estudio de los hornos existentes en esta localidad, por lo que su experiencia sirvió para hacernos una idea precisa de cómo sería el funcionamiento de los dedicados a la obtención del aceite de enebro.
A estos trabajos de campo sobre los diferentes tipos de hornos, que bien podríamos definir como arqueología experimental, hay que añadir el estudio y análisis de algunas losas de piedra con sus canalillos arboriformes en las localidades de Alloza, Mosqueruela, Puertomingalvo y otros pueblos de la provincia de Teruel.
Además, hemos recogido información sobre su construcción en las visitas realizadas a los restos de dos hornos industriales de aceite de enebro en Nonaspe (Zaragoza), uno en Ariño (Teruel), otro que fue restaurado en Bovera (Lleida) y los estudiados junto con los miembros de la asociación Amics de Riba-roja d’Ebre en esta localidad, y que son:
- Forn de Mariano Agustí, de Ca Balanses, de Val de Berrús.
- Forn de Ca Rosildo, de Val de Berrús
- Forn de Reino, de Racó de les Fosses
- Forn de Sereni. Camí dels Montserrats
- Forn de Valera. Les Valls
Han sido también importantes los testimonios de algunos vecinos de Riba-roja d’Ebre que, aunque no conocieron el proceso, sí que tienen referencias familiares de su comercialización y uso. Por su parte, el veterinario castrense, ya octogenario, Mariano Ramón, asiduo visitante a la feria de Salas de Pallars y profesionalmente implicado con el mundo de las caballerías en el ejército, nos facilitó una información de primera mano tanto sobre la comercialización como sobre su uso en la sanidad y desinfección animal.
Y, sobre todo, una última y minuciosa entrevista realizada en este año 2017 a Domingo Saura, último fabricante de aceite de enebro en Mora de Rubielos, ha servido para comprobar y avalar algunos detalles que nos han ayudado a plantear la hipótesis de trabajo sobre la construcción y funcionamiento de estos hornos.
A todo este trabajo hay que añadir la búsqueda de información en prensa antigua en internet relacionada con el uso y comercialización del aceite de enebro hasta la primera década del siglo XX, fecha a partir de la cual ya no aparecen noticias de interés sobre este producto. Sí que este medio nos ha aportado información relevante sobre la fabricación del aceite de enebro en la vecina Francia, donde se han inventariado más de 200 hornos solamente en el departamento de Var, en la Provenza.
LA ELABORACIÓN CON EL CÁNTARO
El alquimista europeo del siglo XIII, Pseudo Geber, en su obra Summa perfectionis magisterii (“La Suma de la Perfección del Magisterio”), explica el proceso para extraer del enebro el aceite puro por el método “per descensum” en un recipiente cerámico: “Tomad un recipiente e introducidlo bien en tierra, y selladlo bien con la ayuda de una teja, y haced un agujero en la teja y sellad en el agujero un tubo de cobre; luego tomad otro recipiente perforado en el fondo de un agujero tal que el tubo pueda entrar, y selladlo de tal forma que nada pueda salir entre el tubo y el recipiente; y el recipiente que está arriba rellenadlo enteramente de madera de enebro, y cubridlo bien por debajo, y hacéis un gran fuego todo alrededor; así fluirá un poco de aceite por el tubo en el recipiente de abajo, y este aceite tiene un gran poder.”
Este método descrito en el siglo XIII es el más elemental (podríamos decir a nivel casero) de la obtención del aceite de enebro, que se ha conservado hasta mediados del pasado siglo. En el año 1997, con un cántaro de cerámica de uso cotidiano pudimos grabarlo y conocerlo de primera mano gracias a Juan Baselga en el pueblo turolense de Nogueruelas. El proceso consistió en llenar un cántaro con las teas, seleccionadas y cortadas en pequeñas astillas. En total, su capacidad permitió introducir unos cuatro kilos de astillas. Luego se cerró la boca del cántaro con una lata agujerada que sirvió de embudo y filtro.
En un talud del campo se cavó un agujero para alojar el cántaro en posición invertida, con su boca hacia abajo sobre un recipiente, ajustando un tubo de salida para el aceite, todo ello bien sellado con barro para que la llama nunca pudiera entrar en contacto con las astillas del enebro. El entorno ofrecía las aliagas y matorrales que se necesitaban como combustible.
Alrededor del cántaro se encendió el fuego y se fue alimentando continuamente para iniciar el proceso de destilación seca de la madera o pirolisis. Con el calor de las llamas las astillas iban exudando toda el agua y el aceite que contenían, hasta que al cabo de una hora empezaron a salir por el tubo vapor a presión y el líquido, mezcla de agua con aceite, que se recogió en un recipiente. Como el aceite flota sobre el agua, por decantación se separaron ambos líquidos, obteniendo como resultado final cerca de medio litro de aceite de enebro puro y limpio.
LA ELABORACIÓN CASERA
Para una producción a mayor escala de aceite de enebro, generalmente en las masías por los propios campesinos, con intención incluso de intercambiar o compartir con terceros parte del aceite obtenido, se realizaba un proceso un poco más complejo que podríamos llamar casero. En algunos territorios de las provincias de Zaragoza, Teruel, Castellón…, donde se ha practicado este método de producción, todavía podemos encontrar unas piedras circulares y planas, exentas del conjunto pétreo en unas ocasiones y sobre la misma roca inclinada en otras, con unas entalladuras a modo de canalillos formando una espiga o espina de pez.
Estas piedras tienen esculpido un dibujo generalmente circular, de 1,50 a 2 metros de diámetro. En su centro, aprovechando la ligera inclinación de la roca, un canalillo lineal divide el círculo hasta terminar en la parte más baja de la losa; y hacia este canalillo confluyen una serie de hendiduras o “riolas” formando un dibujo arboriforme que favorece el drenaje de los líquidos que allí se depositen. Domingo Saura nos ha contado que él mismo las hacía en el lugar y en el momento que necesitaba fabricar el aceite, pues solo hacía falta una losa de arenisca ligeramente inclinada y las herramientas para picar las “riolas”. Normalmente estas piedras se preparaban en los lugares más próximos a la zona donde abundaba la materia prima, con el fin de evitar su transporte; este es el motivo por el que podemos encontrar piedras de estas características en distintos lugares del monte.
Estos son los únicos restos que nos quedan de aquel proceso de destilación en seco, a los que algunos arqueólogos han identificado como petroglifos relacionados con cultos al sol. Uno de los argumentos que utilizan para mantener esta hipótesis cultual es que no se aprecia un cambio de color en la superficie de la piedra debido a la acción del fuego. En algunas de las plataformas rocosas de este tipo que hemos visitado se aprecia un color rojizo en el exterior del canal circular, pero en otras no hay ninguna señal. Aquí tenemos que añadir que, tampoco hubo cambio de color tras finalizar la destilación en la plataforma de piedra que utilizó Domingo Saura en Mora de Rubielos, como tampoco quedó residuo negro del aceite en ella obtenido. Según las cualidades de la piedra, esta señal rojiza puede quedar marcada o no; y, además, debemos tener en cuenta que los efectos de la intemperie, la lluvia y el viento son agentes de desgaste de la superficie.
Domingo Saura es un veterano experto en la fabricación de aceite de enebro en el pueblo turolense de Mora de Rubielos que, en el año 2003, decidió cocer una hornada con otros compañeros para obtener algunos litros de este producto terapéutico y para dejar documentado este proceso. Este método, que podríamos llamar casero, se realizó sobre una gran piedra natural de arenisca con los correspondientes canalillos (“Si fuera de caliza, con el calor se rompería y se echaría a perder el producto”), tal como se ha descrito en el párrafo anterior y que ya había utilizado en ocasiones anteriores.
Para que no se obstruyeran los conductos, sobre estas “riolas” se colocó una cama de astillas en posición horizontal. Luego, el resto de las teas se fueron apilando verticalmente, lo más juntas posible, formando una gran pirámide o cono compuesto por unos 300 kilos de astillas. Domingo insistió en que las astillas no podían llevar corteza y en que no podían pertenecer al tronco, pues éstas casi no tienen aceite y hubiera sido una pérdida de tiempo y esfuerzo. Sólo servía la madera de las toconas.
Cuando el montón de teas ya estaba preparado se cubrió con losas planas de piedra de arenisca de diferentes tamaños, bien ajustadas entre sí, tratando de no dejar huecos, de tal modo que las grietas fueran lo más pequeñas posible. Domingo insistió en que solo se podían utilizar losas de arenisca pues las de caliza se revientan con el fuego, por lo que se producirían agujeros en la olla con la consiguiente combustión de la materia prima.
Este gran cono de losas y su unión con la base de piedra se cubrieron con una gruesa capa de arcilla mezclada con paja, para que hiciera de conglomerante de unión y no se agrietara durante la cocción, dejando sellados todos los huecos y fisuras. Quedó así formada la olla, que se rodeó de un pequeño muro de piedras a ras del suelo y encima del agujero de salida, para impedir que las ramas y troncos ardiendo se salieran del recinto marcado por la base de piedra y, sobre todo, para retener el calor en el entorno de la olla.
Esta capa de barro se cubrió primero con un manto vegetal de acículas de pino secas que, tras su combustión, se convertiría en un manto fino de ceniza que cerraría todos los poros de la arcilla, dándole mayor consistencia durante la cocción. Sobre este manto se colocaron ramas finas de pino que, aunque tienen pocas calorías, producen mucha llama, que es lo que interesaba para que los troncos más gruesos se encendieran.
Después de prender el combustible, poco a poco la capa de barro se iba cociendo del mismo modo que una pieza de cerámica dentro del horno, hasta formar una gran olla hermética. A partir de ese momento el trabajo consistió en mantener el fuego alrededor de la olla, añadiendo troncos cada vez más gruesos y distribuir el calor homogéneamente.
Por este método, con la distribución uniforme del fuego, se consiguió una homogeneidad calórica en el interior de la olla. La parte negativa era la pérdida de calor al producirse la combustión al exterior, por lo que se requería más cantidad de leña. Esta situación es la que justificaría la construcción de los hornos industriales con su gran muro protector que veremos más adelante.
Este proceso duró unas 14 horas, sin parar de echar leña, controlando la intensidad de las llamas, pues si se pasara de fuego la olla reventaría echándose a perder todo el trabajo, y si se quedara corto, el proceso de exudación de las astillas se retrasaría. El aceite que se desprendía de las teas discurría por las “riolas” hasta canalizarse por la única salida existente que expulsaba el vapor interior con una fuerte presión. Cuando el aceite mezclado con el agua empezó a salir por el tubo (a “llorar” como llamaba Domingo), se siguió echando leña durante unas dos horas más para que no se enfriara la olla, hasta que se acabara el proceso. Después de la decantación para separar el aceite del agua se obtuvieron unas 20 botellas de aceite puro de enebro.
Dos o tres días después, el horno ya se pudo abrir y desmontar. En su interior, las teas carbonizadas conservaban tanto calor que se podían inflamar en cualquier momento. Las astillas de enebro se convirtieron en un carbón de mediana calidad y pocas calorías, pero no por ello desdeñable en otros tiempos para usos domésticos.
LA HIPOTÉTICA CONSTRUCCIÓN DE UN HORNO
INDUSTRIAL DE ACEITE DE ENEBRO
Como no disponemos de información oral ni escrita sobre la fabricación y técnica de funcionamiento de este tipo de hornos en la zona de Riba-roja d’Ebre y en los pueblos aledaños, nos vamos a tener que basar en la experiencia que nos da el haber conocido de primera mano las dos técnicas descritas anteriormente y el funcionamiento de numerosos hornos de diferentes tipologías que tenían como función la transformación de una materia mineral o vegetal en un producto útil para diversas aplicaciones en los pasados siglos, tanto en la vida rural como en las diversas industrias. Además, la visita y el estudio de cuatro hornos en muy buen estado de conservación en la localidad de Riba-roja d’Ebre y uno en Bovera (restaurado pero truncado en su mitad superior), nos van a ayudar a plantearnos una hipótesis de cómo se construían este tipo de hornos.
Remontémonos pues en el tiempo a principios y mediados del siglo XIX e imaginemos que, debido a la demanda de aceite de enebro en el mercado de la medicina y de la veterinaria, tenemos que construir un horno para la obtención de este producto y su comercialización. La concentración de tantas edificaciones de este tipo (alrededor de treinta en esta zona del Ebro) nos hace pensar que habría algunos “piqueros” especialistas en estas singulares construcciones, pues su complejidad arquitectónica no estaba al alcance de cualquier campesino, aunque éste bien podría colaborar en las tareas de ayudante.
Debemos tener en cuenta que todo proceso de cocción se compone de tres fases: el precalentamiento o temple del horno, la cocción propiamente dicha y el enfriamiento. Y el mejor desarrollo del proceso dependería siempre de la meteorología y del tipo de combustible.
Lo primero que tendríamos que hacer es elegir el lugar donde ubicar el horno, en el que tanto la materia prima (el enebro) como el combustible vegetal (enebros, romeros, aliagas, etc.) fueran abundantes con el fin de disponer de ellos con el mínimo esfuerzo posible durante el transporte. Luego necesitaríamos una buena plataforma natural de roca de arenisca, con una suave inclinación hacia su vertiente para que el líquido oleoso obtenido pudiera fluir hacia el exterior.
Sobre esta plataforma de piedra marcaríamos el espacio circular que fuera a ocupar el interior del horno, y para ello colocaríamos un eje central con una cuerda para trazar la circunferencia con las medidas que debería tener este espacio. Cruzando ese círculo dibujaríamos una línea central dirigida hacia el punto donde quisiéramos colocar la salida del aceite, que lógicamente sería en la parte más baja del plano inclinado. Y luego dibujaríamos las líneas en forma arboriforme o de espina de pez que confluirían en el trazo central. Seguidamente tallaríamos unos canalillos sobre estas líneas para disponer de la base de recogida y drenaje del líquido obtenido hacia un punto exterior.
En este extremo excavaríamos una pileta con unas dimensiones apropiadas para que allí pudiera recogerse el líquido o descansar el recipiente en el que pudiéramos separar el aceite del agua por decantación.
Ya tendríamos dibujada la base y la circunferencia del edificio interior que llamaremos “olla”, ahora habría que levantarlo. Dado que esta edificación se construía con piedras y barro formando un cuerpo hueco de forma troncocónica, a modo de tinaja invertida (igual que la utilizada en la técnica casera pero a mayor escala), su fragilidad durante la construcción nos obligaría a fabricar una cimbra no muy consistente de madera o de materia vegetal entrelazada a modo de un gran cesto. Partiendo de la base y en torno a la cimbra se empezaría a levantar en forma de círculos toda la “olla”, utilizando para ello piedras de arenisca (nunca caliza, porque este tipo de piedra se cuece con el fuego, explota y se rompe) cubiertas con una argamasa de barro mezclada con paja (la misma técnica que se usa para la fabricación de los adobes), que serviría de conglomerante de unión para que no se resquebrajara.
Pero en este inicio del levantamiento de la pared deberíamos tener en cuenta la orientación de la puerta, que habría de coincidir con la del muro exterior que construiríamos más adelante, y que debería ser perpendicular a los vientos dominantes, muy importantes para la combustión y el tiro del fuego; además, la puerta debería abrirse, a ser posible, en la parte opuesta al orificio de salida de líquidos, que sería la de mayor nivel sobre el suelo.
Poco a poco subiríamos la construcción hasta colocar, cuando llegara a la altura deseada, un bloque alargado de piedra a modo de dintel para dejar la abertura de la puerta. A partir de este punto, la pared se iría cerrando progresivamente sobre el espacio interior, consiguiéndose una forma troncocónica hasta alcanzar los tres o cuatro metros aproximadamente que tendría de altura.
Así, llegaríamos hasta la parte superior donde terminaríamos dejando una abertura circular de unos 50 a 60 centímetros de diámetro, preparada con un ligero asentamiento para poder cerrarla con una losa de piedra una vez llena con las astillas de enebro.
De este modo la olla quedaría herméticamente cerrada, con un único orificio de contacto con el exterior, que sería por donde saldrían todos los gases de la combustión en seco y más tarde el agua y el aceite. Podríamos comparar este gran recipiente de barro sin cocer con una olla doméstica a presión. Ahora tendríamos que quitar la cimbra interior, pero la frágil construcción no se sujetaría bien debido a su altura y a la forma troncocónica. La solución consistiría en encender por la puerta (que ha quedado abierta) una hoguera con leña y alimentar sus llamas durante un tiempo, de tal modo que, a la vez que se quemara toda la estructura vegetal interior, el barro se cociera formando una gran tinaja u olla.
Habría quedado construida la “camisa” interior del horno u olla, de forma circular. Ahora tendríamos que dibujar el espacio que debería ocupar la cámara de combustión y el correspondiente al muro del horno. Pero éste espacio no debería ser circular, sino ovalado, dejando mayor anchura en la zona de la puerta o boca del horno, de tal modo que pudiéramos disponer de una amplitud de un metro aproximadamente en la zona entre los muros de separación de las dos puertas.
Esta anchura de separación con la olla se iría degradando progresivamente en su perímetro hasta llegar a unos 20 o 30 centímetros en las zonas laterales y en la opuesta, y de unos 15 o 20 centímetros en la parte superior. El espacio entre la “olla” y el muro principal formaría la cámara de combustión. Por su parte, el muro exterior, de sólida y consistente construcción, debería tener algo más de un metro de grueso en su base perimetral aumentando su anchura por el exterior a medida que fuera subiendo.
Ahora llegaría el momento de levantar todo el muro, para lo que utilizaríamos la técnica de falsa bóveda por aproximación de hiladas, propia de construcciones de campo en muchas zonas de España, con una doble pared de mampostería de sillarejo rellena de zahorra. En estos muros utilizaríamos el barro arcilloso como conglomerante de unión (nunca la cal por su escasa resistencia al fuego). Al igual que hiciéramos con la construcción de la “olla”, iríamos levantando por hiladas el ancho muro doble alrededor de ella, sobre el perímetro marcado, dejando libre el espacio para la puerta o boca del horno, que tendría que estar situada enfrente del vano que habríamos dejado en el edificio interior. Una vez alcanzada la altura deseada de la boca del hogar, a un nivel cómodo para la carga y descarga del combustible, se colocaría sobre ésta un dintel de piedra de una sola pieza para que no se hundiera con el peso de toda la construcción.
A partir de este nivel de la puerta, la construcción de la parte interior del muro se iría aproximando en cada una de sus hiladas a la superficie de la “olla”, cerrándose cada vez más su forma troncocónica, mientras que la parte exterior tendería a alcanzar casi la verticalidad; entre ambos muros se echarían capas de zahorra para reforzar esta construcción y disponer de una superficie más o menos plana en la parte superior. Pero, dado que la “olla” interior iba a tener que soportar toda la presión ejercida por la fuerza de las astillas apiladas en su interior, entre ella y la pared principal sería necesario ajustar una serie de pequeños bloques de piedra o claves, de forma escalonada y en espiral, hasta llegar a la parte superior. De este modo, la olla no quedaría aislada de la pared principal, sino reforzada por ella.
La boca final de la parte superior del muro, de un metro de diámetro aproximadamente, la remataríamos con una serie de losas, colocadas ordenadamente, formando un asiento circular donde poder colocar una piedra plana de cierre y de regulación del tiro. Este diseño permitiría una circulación del fuego de tiro ascendente.
Para facilitar el acceso a la parte superior, dejaríamos un pequeño sendero rodeando la edificación en forma de espiral, o bien extenderíamos la plataforma superior en un nivel inclinado.
El edificio ya lo tendríamos levantado. Delante de la puerta deberíamos dejar libre una amplia explanada como zona de trabajo, donde depositar la gran cantidad de fajos de leña que necesitaríamos para la hornada durante la cocción. Esta planicie también nos serviría como lugar de extracción y recogida de todo el material leñoso totalmente carbonizado, resultante del proceso.
EL PROCESO DE FABRICACIÓN INDUSTRIAL
Una vez construido el horno ya se podría trabajar con él. Pero antes sería necesario proveerse de la materia prima, o sea los tocones de enebro, y del combustible, las cargas de leña.
La tarea de preparar las cargas de combustible consistiría en hacer acopio de leña seca por todo el monte del entorno, a ser posible de todos los tamaños y de diferentes tipos de arbustos y árboles, atándola en fajos apropiados para ser transportados con las caballerías hasta la explanada del horno. Lo mismo ocurriría con las tozas del enebro que, según la información de Domingo Saura, de Mora de Rubielos, las mejores eran las que estaban secas del enebro hembra, pues en su núcleo conservaban mucho aceite “Las toconas más negras de las raíces son las que más aceite contienen en el corazón de la madera, y por tanto las de mayor rendimiento” Una vez recogidas las tozas o toconas y limpias de tierra y piedras, vendría la tarea más tediosa, que consistiría en cortar las teas en astillas de unos 20 cm de longitud, lo más finas posible y exponiendo su duramen, para que escurrieran bien el aceite. Una labor que podría durar muchos días hasta tener preparada toda la materia prima con la que llenar el horno.
Este tipo de hornos industriales admite una gran cantidad de carga en la olla, por lo que debería estar muy bien distribuida. Ahora ya tendríamos las astillas de enebro y el combustible. Sería el momento de llenar la olla del horno y, lógicamente, para empezar a colocar las astillas entraríamos a ras de suelo por la puerta de la olla. Pero antes, habría que repasar con una buena capa de barro y paja la superficie interior de la olla para hacerla más impermeable a los gases y que no quedara abierto ningún poro por el que pudiera entrar fuego. Las primeras teas a asentar serían las que taparan los canalillos de desagüe, colocándolas en posición horizontal para que no se obstruyeran dichos conductos.
Una vez cubiertos todos los canales de salida del aceite, a partir de un punto central de la olla, posiblemente representado por una pequeña columna de piedras bien asentadas, se empezarían a apilar las astillas en posición vertical, formando círculos alrededor de ella. La posición vertical de las astillas facilitaría el deslizamiento del aceite entre toda la masa leñosa de la carga hasta el fondo de la olla. Una vez que llegáramos a la altura de la puerta, y siempre dejando un espacio para poder salir, cerraríamos desde fuera este acceso al interior de la olla con los mismos materiales que se utilizaron para su construcción, es decir, piedras de arenisca y una mezcla de barro con paja; de este modo la obra de cierre apenas se distinguiría de la del resto de la olla.
A partir de este momento se entraría por la boca superior para seguir llenando la olla, labor en la que colaborarían al menos dos o tres personas, una para alcanzar las astillas con un cubo colgado de una cuerda y una polea y otros dos en el interior de la olla colocándolas ordenadamente, evitando que quedaran bolsas de aire entre ellas que podrían favorecer su combustión. Poco a poco, formando círculos, las capas de astillas llegarían hasta la boca superior, que habría que cerrar herméticamente con una losa adaptada a la abertura o con varias losas más pequeñas, selladas con barro. La olla debería quedar totalmente estanca, pues una pequeña abertura que dejara pasar la llama y el oxígeno, encendería toda la carga leñosa acabando con todo el trabajo de varias semanas. Un repaso final con barro de la superficie de la olla serviría para evitar este problema. Lógicamente la carga interior de las teas en la olla ejercería una presión sobre la pared, especialmente en la mitad superior, que sería compensada por las claves de piedra que la separarían de la pared principal.
Con la olla llena y bien estanca ya se podría empezar el proceso de encendido del horno con los fajos de leña que tuviéramos amontonados en la explanada de la boquera. Lo más probable es que los hornos no se utilizaran en los meses de verano debido al fuerte calor que desprenderían y por el riesgo de incendios, por lo que sería a partir de octubre cuando se realizara la destilación.
Todos los hornos funcionan a través del desprendimiento de energía calorífica, lograda mediante la quema del combustible. La mayor anchura del espacio entre la puerta de la olla y la boquera, que suele ser de un metro aproximadamente, serviría de cámara de combustión de la leña, que se iría echando con una “forcacha” de madera rematada con dos púas metálicas. Al principio habría que echar fajos continuamente hasta que la olla fuera alcanzando la temperatura adecuada. La orientación de la boca hacia la dirección del viento y la forma de la cámara de combustión, ancha en una parte de la base y más estrecha en la zona opuesta, angostándose en su elevación hacia la chimenea, facilitaría el reparto del calor en forma de remolino por toda la superficie de la olla y, por tanto, en su interior. El calor es la energía que se obtiene de la combustión y es esa energía la que eleva la temperatura del horno. Cuanto más eficaz sea un horno, menos calor dejará escapar al exterior. Para alcanzar los 250 o 300 grados necesarios para el proceso de combustión seca en el interior se necesitaría echar muchos fajos de leña, cubriendo con sus llamas toda la cámara de combustión hasta salir con fuerza por la chimenea superior. La orientación del viento en este proceso jugaría un papel determinante. La mayor pérdida de calor en los hornos de combustible es a través de la chimenea, por lo que es posible que en su parte superior hubiera una losa de cierre desplazable que permitiera en todo momento controlar el tiro del fuego y las calorías. En el “Curso completo o diccionario universal de Agricultura”, del año 1799, nos informan de que “En el comercio se vende el extracto de enebro; pero rara vez está bien hecho, porque se saca con mucho fuego”.
Si tomamos como ejemplo la hornada que se hizo en Mora de Rubielos, hasta más de las 12 horas de cocción no empezó a salir el líquido aceitoso, lo que nos hace suponer que es mucho tiempo el que necesita el horno hasta alcanzar la temperatura ideal. La mejor hora para encender cualquier tipo de horno montado al exterior (de cal, de yeso, de pez…) es al caer la tarde, pues por la noche se ve mejor la intensidad de las llamas y el hornero puede calcular a simple vista y con más precisión la fuerza del fuego y la temperatura. Todo el vapor que, debido a la alta temperatura, se produjera en el interior de la olla solo tendría un punto de salida, al igual que una olla exprés, que sería el agujero por el que se recogería el aceite.
En este proceso de combustión en seco o pirogénesis, con el calor repartido por la cámara de combustión hacia el interior de la olla, las astillas empezarían a exudar uniformemente el agua y el aceite contenidos en sus células, deslizándose entre la masa leñosa hasta caer en la superficie de piedra y continuar su recorrido por los canalillos que confluyen en el agujero de salida. Trascurridas esas 12 o 14 horas de cocción, dependiendo de la intensidad de calor que el hornero hubiera dado al proceso, el aceite mezclado con el agua empezaría a salir junto con el vapor a presión por el agujero tallado en la roca. Este líquido se recogería en recipientes intercambiables, de tal modo que, cuando uno estuviera casi lleno colocaríamos el otro para que no se perdiera ni una gota de aceite. La mezcla de agua y aceite se depositaría en un vaso florentino que por su diseño permitiría la decantación del agua y separarla del aceite que quedara flotando sobre ella. El fabricante del aceite de enebro conocería bien todo el proceso y tendría calculado, además de la temperatura, el tiempo de cocción y la proporción de aceite a obtener en función de los kilos de teas cargados en la olla. Así pues mantendría la alimentación del fuego, posiblemente unas 24 horas, hasta que considerara que ya no era necesario continuar. En ese momento procedería a tapar la chimenea superior con una losa, sellándola con barro, y a tapiar la puerta de la boca del horno construyendo una pared de piedras con barro. Por el tubo de salida se continuaría vertiendo aceite y agua, cada vez con menos cantidad de ésta, hasta que se acabara todo el proceso. Para bajar la alta temperatura alcanzada en el horno habría que dejarlo durante unos días a enfriar. Pero lo importante ya lo tendríamos, que sería el aceite de enebro separado del agua por decantación. Este aceite se conservaría en botos o pellejos de cuero para su transporte en caballerías, pues se adaptan mejor a los lomos del animal, y se comercializaría a gran escala en las ferias o por los pueblos vecinos de forma ambulante. Aunque también es muy posible que, dada la gran producción en este territorio, una parte importante se dedicara a la exportación.
Pasados unos días, cuando el horno se hubiera enfriado, se procedería a descargarlo. Para ello se sacarían las dos tapas superiores, la de la chimenea y la de la olla, y se abriría la puerta del horno. El primer trabajo consistiría en sacar toda la ceniza que hubiera quedado depositada en el suelo de la cámara de combustión. Aunque este espacio es lo suficientemente ancho al comienzo de su perímetro y luego se va estrechando, no habría dificultad para extraer toda la ceniza, utilizando para estos espacios un largo palo terminado en una “media luna” de hierro. Una vez limpia la cámara de combustión se rompería la puerta que cierra la olla y, por su propio peso, el contenido de astillas carbonizadas se desparramaría por las dos bocas hacia el exterior. El subproducto resultante serían teas convertidas en carbón que se recogerían en sacos para su uso como combustible en las cocinas o en las fraguas, a pesar de que su potencial calorífico fuera inferior al del carbón vegetal. Pero estamos hablando de unos tiempos en los que todo se aprovechaba. Una vez vacía la olla se procedería a repasar con barro los desperfectos de la pared interior con el fin de tenerla preparada para la siguiente hornada, y se barrería la losa de piedra dejando libres los canalillos.
Esta descripción hipotética está basada en los testimonios de Domingo Saura durante el proceso de cocción de una hornada de aceite de enebro en el año 2003, posiblemente el único testigo y el último fabricante de aceite de enebro que ha podido aportar sus conocimientos.
LA SEGUNDA HIPÓTESIS
Algunos investigadores han planteado una hipótesis diferente a la que aquí se expone, basándose, principalmente, en la percepción de los restos de humo que se han encontrado tanto en el interior de la olla, como en la ausencia de hollín en la boca del horno. También les ha llevado a esta interpretación el hecho de que no se pudiera limpiar de residuos el poco espacio que queda entre la olla y la pared. En esta teoría se afirma que el fuego y la cocción se debían producir en el interior de la olla, estando ésta abierta por su parte superior. Según esta hipótesis, el fuego se alimentaría por la abertura superior y estaría separado de las teas mediante una gruesa capa de barro. Lo que hemos descrito como la cámara de combustión, en este supuesto se trataría de una cámara de aire para mantener la temperatura durante el proceso. Por ello, y en base al dibujo descriptivo que estos investigadores acompañan a su trabajo, quisiéramos anotar una serie de observaciones que nos harían desestimar este planteamiento.
En primer lugar nos sorprende la escasa capacidad del horno dedicada a las teas o astillas dentro de un volumen de obra de tanta envergadura, por lo que dudamos de la rentabilidad de la construcción de un horno de este tamaño y características. Por el dibujo y por las dimensiones medias de las ollas de los hornos visitados, la cantidad de tea que se pretendería cocer sería el doble o triple de la que se podría cocer en un horno casero sobre una losa de piedra tallada sin edificio construido, como en el caso ya descrito de Mora de Rubielos.
Según esta teoría, las teas se apilarían verticalmente dentro de la olla hasta alcanzar una altura de un metro o metro y medio y luego se cubrirían con una gruesa capa de losas de piedra primero y de barro después con el fin de dejar este espacio totalmente hermético y aislado del fuego. Una de las condiciones más importantes que se requería en el interior de la olla es que entre las teas hubiera el mínimo espacio de aire posible y que estuviera herméticamente cerrada, pues cualquier resquicio de llama que entrara por una grieta o por un agujero encendería las teas calientes y echaría a perder todo el trabajo. Esta capa de losas y barro de separación quedaría muy endeble debido a su amplia superficie sin estructura y sin soporte por debajo de ella (salvo la misma capa de teas apiladas). Por tanto, solo el hecho de pisarla al final de su propia construcción, la caída de una piedra o caminar sobre ella para encender el fuego, la resquebrajaría. Hasta aquí estamos pues ante un trabajo muy parecido al que requería el horno casero de Mora de Rubielos. Está claro que, con este sistema, no se avanzaría nada en relación con el casero, en cuanto a la capacidad del horno, que es poco mayor, y en el tiempo empleado para el montaje. Además, sería más cómodo apilar las teas en el horno casero abierto que hacerlo dentro de éste cerrado. De tratarse así, es decir, de colocar la capa de cierre por encima de las teas con el fin de encender sobre ella el fuego, lo más lógico sería que esta separación constructiva fuera fija, con sus correspondientes pilares de soporte al igual que sucede en los hornos de cerámica, tejerías, etc., cargándose las teas por la puerta de acceso a ras de suelo. De este modo se evitaría construirla de nuevo en cada hornada y que sus escombros al demolerla se mezclaran con las leñas carbonizadas.
Si intentáramos hacer el fuego tal como se propone en el dibujo podemos tener graves problemas. El primero de ellos sería tratar de encender la primera capa de ramas que se depositara en el fondo sobre la cubierta de las teas. Al encender el fuego habría que salir rápidamente subiendo los casi dos metros que separarían la cobertura de las teas y la boca. Luego, según el dibujo, se entiende que hay que ir echando leña continuamente para avivar y mantener el fuego, pues solo para precalentar el horno y alcanzar una mínima temperatura que iniciara el proceso se necesitarían muchos fajos y muchas calorías. Y allí tenemos el segundo y gran problema de la combustión, y es que ésta cámara no tiene una corriente de aire para que haya tiro, por lo que el fuego ardería muy lentamente, consumiría mucha leña y el calor subiría embocado por la forma troncocónica hacia el extremo de la chimenea, impidiendo al hornero, por su fuerza calórica, poder continuar con la tarea de echar fajos de leña y controlar la temperatura. Además, con la incorporación de más combustible dentro de la cámara se incrementaría el peso sobre la estructura de obra que la separa de las teas, por lo que ésta se resquebrajaría dejando paso al oxígeno y al fuego, con la consiguiente inflamación de las teas y la pérdida de todo el trabajo. Por otra parte, todas las cargas de leña combustible, que podrían ser entre 800 y 1.000 fajos, tendrían que estar apiladas lo más cerca posible de la boca del horno en la parte superior, es decir, casi al pie del mismo, lo que, según esta hipótesis, conllevaría un trabajo adicional para el hornero de ascender con cada fajo por toda la cúpula del horno hasta la boca.
Todos los hornos de transformación de materias minerales y vegetales que se han indicado al principio de este trabajo tienen la cámara de combustión por debajo de la materia prima, por la sencilla razón de que el calor siempre se propaga hacia arriba y, por tanto, se aprovecha mejor. En esta hipótesis que se propone, con el fuego por encima de las teas, nos encontramos ante una pérdida de calor muy notable lo que haría bastante difícil y costoso alcanzar la temperatura adecuada para la extracción del aceite. Para poder valorar esta supuesta técnica de cocción hemos consultado a Antonio Santolaria, profesor de física, quien nos ha comentado que desde el punto de vista de un ingeniero este tipo de horno sería calificado como “una máquina insuficiente”. Son dos los principales motivos de las leyes físicas por los que este método de combustión no es factible en este proceso:
- Los gases de la combustión al salir por la chimenea de la olla impedirían la entrada de aire, por lo que las llamas tenderían a apagarse o disminuir su intensidad. Además, si cerramos la boca de la olla, como afirman quienes defienden esta teoría, la falta de oxígeno impediría la combustión y el fuego se apagaría lentamente hasta la pérdida total de calor en muy poco tiempo.
- El calor producido en la llamada cámara de combustión, que, insistimos, siempre iría hacia arriba perdiendo una gran cantidad de calorías, se irradiaría muy lentamente hacia abajo, es decir, primero tendría que calentar la capa de obra de separación de las astillas de enebro y luego esas astillas de arriba hacia abajo. Estamos aquí ante un caso de flujo de calor, que es una transferencia de energía que se lleva a cabo como consecuencia de las diferencias de temperatura. Este gradiente de temperatura provoca una transferencia de calor desde el cuerpo más caliente, que es la superficie del interior de la olla que hace de tapa de las astillas, hacia el cuerpo más frío, que es la losa de piedra donde están los canalillos. Como consecuencia de esta ley física, las teas más cercanas a la losa de piedra de drenaje tardarían mucho más tiempo en recibir el calor y alcanzar la temperatura necesaria para exudar el aceite, mientras que las de las hiladas superiores se podrían perjudicar por un exceso de calor. Es decir, no habría una homogeneidad en la distribución de las calorías, que es de gran importancia para que el proceso se desarrolle con normalidad y uniformemente.
Por otra parte, el grueso de la pared exterior del horno es de una anchura considerable y de sólida construcción que si se planteara la cocción tal como se indica en el dibujo, no sería necesaria la olla ni la cámara de aire, ya que directamente se podría realizar el proceso dentro de la voluminosa pared exterior, al igual que ocurre con los hornos de cal o de cerámica.
Uno de los argumentos en los que se basan estos investigadores para mantener esta hipótesis es que en el interior de la olla solo ha quedado el color negro propio de la combustión, desde una altura de un metro y medio aproximadamente de la losa de piedra. Y también, que el espacio entre la olla y la pared del horno está totalmente blanco, por lo que se asegura que allí no se pudo hacer el fuego.
Pero debemos pensar, después de haber visto muchos hornos para la cocción de diferentes materiales, que este color negro del hollín se produce no por la acción directa del fuego, sino por el humo que dentro se condensa, dejando su huella en las paredes. Sin embargo, la acción directa del fuego sobre la piedra de arenisca deja un color blanco a la vez que produce un desgaste en su superficie.
Si observamos bien cualquiera de los ocho hornos visitados y estudiados, veremos que, en el espacio que en esta hipótesis plantean como cámara de aire, las piedras están totalmente blancas y desgastadas en la superficie interior de la pared del edificio y en la del exterior de la olla, como consecuencia de la fuerza de las llamas, del roce del empuje en caliente de los fajos y de la intensidad del calor que allí se produjo.
Siguiendo con este planteamiento nos encontramos con otra situación anómala. Y es que, una vez terminado el proceso de obtención del aceite habría que limpiar el horno. Lo más lógico, según el planteamiento del dibujo, sería hacerlo por la boca inferior que aquí se plantea solo para carga, desmontando el muro que se había levantado para su cierre. En el proceso de limpieza, al extraer las teas carbonizadas con una herramienta de mango largo apropiada para este trabajo, llegaría un momento en el que la cobertura de piedras y barro que ha hecho de tapa caería sobre ellas mezclándose todos los materiales que se encontraban dentro de la olla: teas carbonizadas, escombros de la cobertura y cenizas de la combustión. Si tenemos en cuenta que en el entorno de los ocho hornos que hemos visitado no se han encontrado restos de estas teas residuales de la cocción (salvo algunos pequeños y escasos fragmentos), podemos afirmar que serían aprovechadas como un carbón de inferior calidad para usos culinarios, para la forja o para calefacción. Por tanto, un trabajo adicional, que requeriría de bastante tiempo sería separar las teas carbonizadas de las cenizas y de los escombros.
Frente a todos estos argumentos, proponemos mantener la hipótesis planteada al principio de este trabajo, quedando abiertos a un debate que llegue a dejar bien documentado y explicado este proceso para las futuras generaciones.
Creemos que, aunque apliquemos todos nuestros conocimientos a los trabajos de investigación, cuya validez no cabe duda que abre muchas vías de interpretación, no debemos dejar de lado la tradición oral y los testimonios de aquellos que, a pie de obra, han trabajado y conocido el oficio de fabricar el aceite de enebro.
LA DISTRIBUCIÓN Y COMERCIALIZACIÓN
DEL ACEITE DE ENEBRO
El único testimonio que queda en la memoria de los vecinos entrevistados en Riba-roja d’Ebre, es aquello que escuchaban en el ámbito familiar sobre la venta del aceite de enebro en la feria de “bestiar de peu rodó” (animales de pie redondo) de Salas de Pallars. Poca es la información que aportan, salvo que el aceite se transportaba en botos o pellejos, cargados en caballerías, por ser un recipiente más resistente a los golpes que los de cerámica y porque se adapta mejor al cuerpo de estos animales. Les contaron sus antepasados que iban varios vendedores juntos en caravana, hasta 14 caballerías, con sus cargas a la feria por miedo al asalto de los bandoleros, debido al elevado valor de la mercancía, pues el precio de una botella de un litro de aceite de enebro rondaba las 300 pesetas de mediados del pasado siglo. Y también recuerdan el uso de este producto en la veterinaria popular para curar a las caballerías y al ganado lanar, vacuno y caprino.
Mariano Ramón, veterinario militar, a sus 88 años todavía recuerda la última feria en la que participó, que fue en el año 1960, pero no ha podido aportar nada sobre la comercialización de este aceite entre los ganaderos: “Salas de Pallars fue la heredera de la feria de Huesca, se celebraba después, en noviembre, y recogía todas las mulas de aquellas montañas. La última que yo vi, muy abundante, no era como la de Huesca, pero le iba muy a la zaga. La última feria la animaban comercialmente unos ganaderos que tenían la finca agrícola en Sort, junto al río Noguera, que se llamaba Rocafort. Luego se establecieron en Lérida y en Zaragoza, y fueron unos tratantes muy importantes de ganado.”
Esta escasa tradición oral sobre la comercialización del aceite de enebro nos hace suponer que la aparición del Zotal en los primeros años del siglo XX, como remedio para las personas y animales, iría desplazando su uso hasta quedar relegado al olvido.
Pero antes de la aparición del Zotal, es decir, hasta principios del siglo XX, la concentración de tantos hornos de aceite de enebro en el territorio de Riba-roja d’Ebre y en los pueblos del entorno, incluidos los del territorio aragonés, nos hace pensar que su distribución no solo tenía como mercado directo la feria de Salas de Pallars, sino que una parte importante de la producción se debió dedicar a la exportación fuera del territorio español.
En el “Curso completo o diccionario universal de Agricultura”, del año 1799 se indica que “Los Alemanes e Ingleses hacen mucho aprecio del enebro para las enfermedades pestilentes”. Si tenemos en cuenta que el hábitat del enebro es el contorno de la región mediterránea, el suministro de este producto para los países del interior de Europa sería desde los territorios mediterráneos productores.
El “Correo Mercantil de España y sus Indias” recoge en algunos de sus números la importancia comercial del aceite de enebro:
- El 15 de julio de 1799 informa que “El corsario El Decidido, de Ostende, ha apresado y conducido a este Puerto (Mahon) el sloop La Fortaleza, cargado de aceyte de Enebro.”
- El 29 de junio de 1801 señala que en los últimos quince días del mes de diciembre del año anterior se han extraído por las aduanas de Aragón los efectos y frutos siguientes: “De Aragón a Navarra procedentes de su terreno 126 arrobas de higos, 19 idem de cenizas, (…) 5 idem de aceyte de enebro, (…)”
En el “Boletín Oficial de la provincia de Cáceres” del 8 de abril de 1850, se incluye el aceite de enebro como “uno de los artículos gravados con derechos de puertas en las tarifas vigentes”
Salvador Embid, en su artículo “Leyendas, personajes y “políglotas”, publicado el día 9 de agosto de 1958 en “Nueva Alcarria” nos cuenta de los campesinos de esa comarca que “Es aquí frecuente, que cualquier vecino, cuando las tareas del campo dejan claros en el quehacer diario, coge su mula cargada de pez, aguarrás o aceite de enebro y sale en rumbo fijo. A veces sin darse cuenta y casi sin saber dónde van, cruzan la frontera por caminos de herradura y se internan en Francia y Portugal.”
De la importancia y valor del aceite de enebro encontramos una cita en el “Boletín de la Comisión de Monumentos históricos y artísticos de Navarra”, del año 1921, cuando trataron de trasladar clandestinamente al Marqués de Ayerbe para librarlo de su cautiverio “se toparon con dos soldados de caballería, guerrilleros españoles, a quienes infundieron sospechas. Preguntaron los soldados que quiénes eran y a dónde iban; respondió el marqués que trajinantes que iban a cargar aceite de enebro.”
Posiblemente el uso del aceite de enebro para curar las caballerías se viera incrementado durante la Primera Guerra Mundial. En esta guerra se acuñó la enfermedad de “el pie de trinchera” o “pie de inmersión” ya que los soldados permanecían sin descanso en trincheras anegadas durante semanas a temperaturas muy bajas. Una enfermedad que también debieron sufrir en sus patas los miles de caballerías que suponían una fuerza importante dentro del desarrollo de las batallas, cuya curación requeriría de una gran cantidad de aceite de enebro.
Aunque la vecina Francia fabricaba grandes cantidades de este producto, debemos pensar que en esas fechas de la guerra todos los hombres válidos serían reclutados para el frente, por lo que tendrían que recurrir a la importación. Esta hipótesis es un apunte que habría que estudiar en documentos históricos, periodísticos y mercantiles de la época.
LOS USOS DEL ACEITE DE ENEBRO
Para hacernos una idea de la demanda que debió tener el aceite de enebro en los siglos pasados, aunque solo fuera para su uso en nuestro país, debemos tener en cuenta la importante cabaña de ganado lanar trashumante que se desplazaba por la península, sobre todo en los tiempos de la Mesta, cuando la producción de la lana merina se exportaba fuera de España. Además, para la fuerza motriz en los trabajos del campo se necesitaban las caballerías, igual que en algunas industrias la maquinaria se movía a fuerza de “sangre”, es decir, aquella producida por el trabajo de las caballerías; y también se necesitaban estos animales en el transporte de viajeros o en el de armamento y material de los ejércitos.
El veterinario militar Mariano Ramón conoció bien el parque de ganado equino que había en la provincia de Huesca en la segunda mitad del pasado siglo: “Ten en cuenta que aquí habría casi 600 o 700. No sé cuántos. Cada batería empleaba veintitantos mulos, pues habría 300 o 400 mulos aquí. En toda la brigada, contando el Cuartel General, contando la Escuela Militar de Montaña, Sabiñánigo, Boltaña, habría alrededor de un millar de caballerías entre mulos y caballos, que a los caballos también les afectaba el tema. A cualquier animal de pata redonda.”
Y no debemos olvidar el elevado valor económico que suponía para una familia o para la sociedad en general, cualquiera de estos animales, sobre todo los utilizados para las labores del campo. Hablamos de unos tiempos pasados en los que el mundo animal estaba presente en cualquier actividad.
Dioscórides, médico griego del primer siglo de nuestra era, en su “Materia Médica”, además de hablarnos de las muchas virtudes curativas del aceite de enebro, deja constancia de sus propiedades para ahuyentar a las serpientes. Hasta hace pocas décadas, los ganaderos vertían unas gotas de aceite de enebro en la entrada de los corrales y de las cuadras para que no entraran las culebras o las musarañas a chupar la leche de las ovejas con el consiguiente daño en sus ubres.
En el “Semanario Económico de Agricultura”, que se publicaba en la segunda mitad del siglo XVIII, se nos habla de ese uso para ahuyentar a las culebras de las cuadras o establos.
En el “Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos” editado a finales del siglo XVIII y principios del XIX encontramos numerosas referencias al uso de este producto, de sus bayas o a la aplicación directa del enebro en sahumerios:
- “El que tenga las madrigueras ya dispuestas para los conejos, mudará todas las semanas la paja de las casillas (…) también es menester sahumar de quando en quando estas madrigueras con enebro y otras plantas aromáticas y aun con vinagre.”
- Referido a las caballerías dice: “La sarna o usagre se deja conocer regularmente en la cruz, y es más rebelde la que se presenta en el borde de las orejas (…) Esquíleseles el pelo de la parte sarnosa, que se les rascará con un rascador, y se les untará con miera ó aceyte de enebro.”
- “La pera ó perilla, y la zapera son dos enfermedades, que solo varían, en que la primera se hace entre las pezuñas de las manos, y la segunda entre las de los pies. Hace coxear al buey infinito (…) y en seguida se cura la úlcera con aceyte de enebro o miera.”
- Contra la viruela en el ganado lanar da la siguiente solución: “Se cuida de que haya la mayor limpieza con el ganado enfermo; y así se sahúman los corrales ó rediles dos veces al dia con bayas de enebro ú otras plantas aromáticas que se tienen en remojo en vinagre.” Y también dice que “se le da un vaso ó dos llenos de una infusión compuesta de una onza de bayas de enebro, y de media onza de quina hecha en media azumbre de agua.”
- En otro número indica los útiles e ingredientes que el pastor debe llevar en su zurrón, en el que no deben faltar “dos o tres livras o cuernos con miera ó aceyte de enebro para curar la roña del ganado.”
- De los remedios pastoriles para la roña dice que hay diversidad de opiniones entre los pastores “pero sus remedios siempre perjudican á la lana, y seria de desear que usasen el ungüento de este autor (Daubenton), que según dice, cura la roña sin perjuicio de la lana. Los pastores riberiegos echan con una pluma algunas gotas de miera ó aceyte de enebro en las pilas en que va á beber el ganado, remedio preservativo y antiverminoso.”
- Para exterminar el pulgón también da una solución con este producto: “Hay un remedio fácil, seguro, limpio y experimentado para exterminar aquella plaga destructora de las hortalizas y legumbres, con solo el uso del aceyte de enebro ó miera. (…) Al tiempo de regar las eras o los tablares se vierten en la boquera algunas gotas de miera. (…) Así lo acabo de experimentar en unos tablares de melones, cebollas y alcaciles, que hallándose llenos, ó cubiertos de pulgón, se reconocen enteramente libres con la aspersión de la mezcla de agua y miera.”
- Sobre el modo de curar el hollín de los olivos recomienda: “abrirles algunas raíces é introducir en ellas aceyte de enebro, untando las otras raíces con el mismo.”
- En otro de sus números habla del uso para el salado de los jamones de Maguncia “Se empapan en espíritu de vino en el que se han echado algunos granos de enebro molidos o quebrantados, y los ponen a secar al humo de leña de enebro: su carne queda muy encarnada y dura. (…) Y se cuelgan a la chimenea ó cerca de ella en donde se ahúman por cinco ó seis días diferentes veces con enebro.”
Sobre el uso en la curación de los jamones, también el “Correo Mercantil de España y sus Indias” del 14 de mayo de 1795 nos dice que: “Hecho esto, se les cuelga en una chimenea a distancia conveniente de la llama, a fin de que no se derrita el gordo, y se hace un fuego de leña verde, para que de la mayor cantidad de humo que sea posible, usándose con preferencia del enebro, que comunica a la carne salada un sabor aromático.” Y en el Diario de Huesca del 9 de marzo de 1900, hablando de las tierras de Castilla, nos dice: “Atalayas de enebro que ahúman los sabrosos chorizos, que son la economía de todo el año.”
En el “Curso completo o diccionario universal de Agricultura”, del año 1799 se publican algunos artículos que inciden en la importancia del enebro para la sanidad animal:
- “Sauvage refiere que la enfermedad epizoótica que corrió por Europa en los años de 1745, 46 y 47 se manifestó por unos granos que salían en la piel de las vacas acometidas de este contagio. Se purificaban las caballerizas o establos (…) y se echaba sucesivamente la mitad en un calentador lleno de ascuas, añadiendo un poco de enebro. (…) También se ha experimentado sahumando las caballerizas con bayas de enebro puestas a quemar.
- En la página 427 nos habla del uso para la curación de las reses vacunas “En seguida á esta declaración hay una nota de haberse experimentado con buen efecto para preservar el ganado el untarles entre las astas y cuello del animal, y aun los lomos, con aceyte de enebro, como también echar en el agua que habían de beber algunas gotas del mismo aceyte”.
- Y otro remedio al que se refiere es que “Al momento que el pastor advierta que la erisipela contagiosa ataca a su ganado, debe separar las reses sanas de las enfermas; sahumar el aprisco con bayas de enebro maceradas en vinagre…”
- En la página 340 se afirma que “Los mariscales usan mucho de este aceyte de enebro para las úlceras de los animales, y los pastores contra la roña y viruelas de las ovejas. Se dice que cauteriza el nervio de un diente picado y cariado, y quita el dolor.”
En el órgano del partido liberal de la provincia de Gerona, “La Lucha”, del 5 de enero de 1893, podemos extraer que “El tratamiento más usado para atacar la glosopeda es matar las partes afectadas con aceite de enebro (oli de ginebra).”
“La Lealtad”, periódico monárquico de Valencia, en su número del 2 de septiembre de 1881, deja constancia de su uso en las enfermedades de los canes: “Estos animales se ven atacados con frecuencia de una enfermedad en la piel que se conoce con el nombre de dartres (…) Cuando el cuerpo está completamente cubierto, es necesario hacer uso del aceite de enebro.”
“El Turolense” del día 7 de junio de 1877 nos da la noticia de que “Un veterinario francés dice: Que nada preserva tanto a las caballerías de la picadura de las moscas como pasarles una vez por semana dentro de las orejas y en otras partes del cuerpo, un pincel mojado con aceite de enebro (junípero) sin que pueda causarles el más leve daño, por ser sustancia muy inofensiva.”
El “Boletín Oficial de la Cámara Agrícola” del 1 de julio de 1920 aconseja como remedio para las pezuñas de las caballerías “En tiempos calurosos, cuando no es posible hacer cura protectora, se barnizará todo el pie con brea vegetal o de hulla o aceite de enebro, para evitar que las moscas depositen sus huevos y se desarrolle gusanera.”
El 11 de abril de 1907, la revista “El Defensor del Contribuyente” ya cita el Zotal como solución para la cura de los pies de los animales de pezuña y de los grandes rumiantes, pero todavía recomienda: “En tiempo de calor, y cuando sea de temer el desarrollo de gusanos en las aftas del pie, se extenderá una ligera capa de brea vegetal, de coaltar (brea de hulla), o aceite de enebro mezclado a partes iguales con aceite común.”
En relación con las enfermedades en manos y pies de las caballerías, Mariano Ramón, veterinario militar con 88 años de edad en la actualidad, nos informó sobre el uso del aceite de enebro en el ganado equino del ejército: “El aceite de enebro se utilizaba principalmente para los cascos. El casco tiene dos males fundamentales, lo que se llamaban la crebazas, que eran grietas en la parte frontal, que se curaban con aceite de enebro y a veces se ponían una especie de grapas para juntar el casco. Y sobre todo para lo que era la podermitis; la planta, la zona del hueco que son partes blandas, eso hay una podermitis que degenera y llega a pulverizarse. Allí se ponían estopadas de aceite de enebro y con una plancha, se comprimía la estopada, lo mantenía blando y permanecía allí hasta que se regeneraba. Eran enfermedades propias de zonas húmedas y terrenos pedregosos donde se estropeaban los cascos. Y de cascos mal cuidados, de malos herradores, si se hacían muy largos y no se recortaban. Mantener los cascos en salud es una medida fundamental para que las caballerías funcionen.”
Pero no solo eran los animales los únicos beneficiarios de las propiedades curativas del aceite de enebro, también lo eran las plantas y los cultivos. La “Revista Apícola” nº 4 del año 1891 y “La Crónica”, diario de Huesca, en su número 1619, del 13 de noviembre de 1890, nos hablan de la importancia para la extinción de las hormigas: “En un cubo de madera ó lata de petróleo se mezclan para cada litro de agua de cinco á siete gramos de miera (aceite de enebro) (…) No hay mezcla más eficaz ni más barata.”
Para evitar la subida de las orugas por el tronco de los árboles en “El Turia” del 15 de febrero de 1932 nos da el siguiente remedio: “Cada tres o cuatro días se debe de untar la corteza del tronco con aceite de enebro o miera.”
Una solución parecida podemos leer en el Diario de Huesca del 19 de julio de 1898, pero contra las babosas, caracoles, orugas y hormigas que suben por los troncos de los frutales: “Pues consiste única y exclusivamente, en hacer una gola invertida de estopa en rama, ó en su defecto de lana cardada, en el tronco del árbol y á la altura de 50 centímetros del suelo, impregnando después el cuello de esta especie de gola, con aceite de enebro “aceite negro”.”
Sobre la enfermedad de los naranjos en el “Diario de Menorca” del 1 de marzo de 1866, un aficionado a la agricultura informa del siguiente remedio: “Se toma una brocha y se le dan al tronco dos o tres fajas de aceite de enebro.”
Ya los egipcios utilizaban las bayas y el aceite de enebro para afecciones de la orina, eliminar parásitos o enfermedades pestilentes. Y es que, además de sus usos en la veterinaria y como fitosanitario, el aceite de enebro ha sido utilizado en la medicina y en la cosmética, siendo en la actualidad uno de los compuestos base de los champús de todas las grandes marcas y de las pomadas y ungüentos dermatológicos
Para las personas se llegaba a utilizar como antiséptico y desinfectante, en la psoriasis, para aplacar el dolor de muelas o como remedio para numerosas enfermedades. Así pues, en el “Diario turolense” del 10 de septiembre de 1915 un anuncio promociona el ENEBROL, como un remedio “contra el reúma, gota, ciática y demás dolores en general que desconfiaban curarse.”
La “Revista médica salmantina”, en su número del 30 de junio de 1877 da la fórmula con 15 gramos de aceite de enebro o miera para la curación de la piel de los que padecen psoriasis. Y en el número del 16 de abril de 1902, en “La Correspondencia de España”, se publicita con efectos medicinales el jabón de aceite de enebro.
El 3 de octubre de 1865, la “Crónica de Badajoz” informa que “Acaba de descubrirse el remedio contra el cólera: la aplicación del aceite de enebro.”
El 26 de enero de 1932 el diario gráfico “La Voz” nos habla de un uso cosmético: “Dice cuándo deben usarse las brillantinas a base de Aceite de Enebro, cedro o ricino y aconseja no usar nunca fijadores gomosos.”
El “Memorial Literario” del año 1787 también recoge el uso del enebro y de su aceite para la sanación de las personas y contra las epidemias:
- En el número XLII se dedica un artículo a la “Observación sobre las virtudes del Aceite de Enebro”. En él se nos habla de la curación de Pedro López, natural de la villa de Cardenete, con este producto, pues sufría graves dolores estomacales: “Resolvió por último de su propio motu tomar medio quartillo de aceite de Enebro, lo que executó con tanta felicidad que á las dos horas de la poción empezó á excretar un humor fétido nigricante. (…) Desde entonces (aunque han pasado siete años) se halla libre de estos dolores que tanto le afligían.”
- En el número XLVII se refiere a su uso en las epidemias que surgieron en esos años “de tercianas sincopales, hepáticas, cardiacas, coléricas, atrabiliares, disentéricas, subcruentas, frenéticas, letárgicas, epilecticas, pleuríticas, optalmicas diaforéticas, subcontinuas, continuas, subintrantes, remitentes, y otras muchas que refieren célebres facultativos. (…) Este dictamen con el que separadamente dieron, en todo uniforme con el antecedente, otros varios Facultativos, fueron remitidos a la Superioridad, la que en su virtud mandó se quemasen en las calles botas alquitranadas, polvora y otros combustibles, como enebro, y se pusiesen al fuego de continuo ollas de vinagre en las quadras de los Quarteles. (…) Se principió á experimentar algún alivio en lo principal de la epidemia.”
La publicación “Mercurio de España”, del 31 de agosto de 1804 cuenta que “en 1797 publicó el Conde de Berchtold un papel en italiano sobre los buenos efectos de las friegas de aceyte en el hospital de San Antonio de Smirna para la curación de la peste levantina. (…) Se frotaba fuertemente todo el cuerpo con aceyte común caliente, para promover sudor copioso. Mientras se hacia esta friega se quemaba en el quarto azúcar y las bayas del enebro, que producen humo caliente y espeso, el qual coadyuva al efecto.” En esta misma publicación se indica que “Jayme Ferrer, en la Peste de Valencia de 1600, propone la fricción del aceyte de enebro, como preservativo de la peste.” El “Diario de Madrid” del 26 de octubre de 1804 también se hace eco de este remedio preservativo del Conde de Berchtold contra la peste.
En la “Revista Balear de Ciencias Médicas” del 4 de mayo de 1911 se publica el uso del aceite de enebro en “Vendas de pomadas y glicerolados. Las hemos empleado de diferentes tipos y con diferentes substancias activas; por lo general el excipiente es la vaselina líquida ó glicerina sola ó en glicerolado de almidón; las substancias activas empleadas han sido el ictiol, la brea, el aceite de enebro.”
La “Revista de Sanidad Militar y la Medicina Militar Española” del 1 de junio de 1907, nos da referencia del uso en el catgut o material de sutura empleado en cirugía “uno de los materiales de curación que más han dado que hacer a los prácticos en cuanto se refiere a su asepsia o antisepsia. (…) Kocher y Krater emplean, por el contrario, la esencia de enebro, que actúa durante veinticuatro o cuarenta y ocho horas.”
La publicación de 1839 “El Museo de las Familias” vincula el enebro a los ritos paganos en la Baja Escocia: “La fiesta de Páles en el paganismo se celebraba siempre en abril. No se ofrecía a la diosa ninguna víctima viva, sino los frutos de la tierra, leche, quesos, huevos o galleta amasada por las esposas de los pastores, como el Bel-Tein. Se purificaban los rebaños con vapor de azufre y el humo de un fuego de boj, de enebro y otros arbustos.”
Tal fue el uso extendido de este aceite que se escribieron publicaciones monográficas, entre las que destaca “Análisis del aceite de enebro”, de Don Sergio Caballero Villaldea, maestro, farmacéutico, químico, arqueólogo y publicista, escrita en el primer tercio del siglo XX.
El uso generalizado de los medicamentos y otros productos veterinarios acabaron con una serie de ancestrales prácticas que tenían como fundamento el uso de aquellos productos que la naturaleza ofrecía. En el caso del enebro, las virtudes curativas de este arbusto han quedado reducidas y relegadas a la memoria de aquellas gentes que hicieron uso de ellas.
EL ACEITE ESENCIAL DE ENEBRO
Del enebro se ha llegado a decir que “Hay pocas plantas en Europa que sean de más uso que el enebro”. Además de utilizarse para la obtención del aceite de enebro a partir de sus raíces y partes muertas como ya hemos visto, de sus bayas se extraía el aceite esencial. Por ello, no debemos confundir el aceite de enebro con el aceite esencial de enebro, pues ambos se obtienen por diferentes procesos y con distintas partes de la planta.
El proceso de obtención de este aceite, también con importantes propiedades curativas para las personas, no tiene nada que ver con el anterior, pues se consigue mediante la destilación por arrastre de vapor en el alambique, como cualquier otra esencia vegetal aromática que contenga aceites volátiles (espliego, romero, etc.)
En este método se necesita un alambique u olla con su interior dividido en dos zonas separadas a cierta distancia del fondo por una red metálica o criba. La parte inferior se llena de agua en las proporciones adecuadas, hasta una altura algo menor que el nivel de la criba, y en la parte superior, separada por la rejilla, se echan las bayas del enebro. Este recipiente se cierra herméticamente, dejando solo una salida en su parte superior a través de un tubo que, formando una espiral a modo de serpentín, recorre el interior de un recipiente lleno de agua. El extremo final de este tubo sale por la parte inferior del depósito de agua, para verter el líquido obtenido.
Debajo de la olla se enciende el fuego que calienta el agua hasta convertirse en vapor; a su vez calienta las bayas de enebro que desprenden sus componentes volátiles pasando también al estado gaseoso, mezclándose con el del agua. Este vapor va recorriendo el tubo o serpentín y, cuando pasa por la zona que está refrigerada por el agua, se condensa y pasa a recuperar la forma líquida. Los dos líquidos mezclados (el agua y el aceite) salen por el extremo del tubo y se recogen en un vaso florentino, donde se separa el agua del aceite por diferencia de densidad.
LA GINEBRA
Los aceites esenciales contenidos en las bayas del enebro son la base para la elaboración de la ginebra o gin. Hace algunos años tuvimos la oportunidad de realizar un documental sobre la elaboración de la tradicional ginebra menorquina, que se destila en base a antiguas recetas del siglo XVIII.
El proceso es muy parecido al de la obtención del aceite esencial, la diferencia está en que el agua se sustituye por vino o alcohol. En este caso la olla o alambique dispone de un filtro en su capuchón, en el que se introducen entre 16 y 20 kilos de bayas de enebro, dependiendo de su grado de humedad. Si las bayas son frescas contienen más cantidad de aceite que cuando están secas y, por lo tanto, hay que poner menos cantidad. La proporción exacta entre el aceite contenido en las bayas y la cantidad de alcohol utilizado en la destilación es fundamental para conseguir el excelente sabor del gin menorquín.
Aunque el enebro es abundante en España, sus bayas apenas se recogen y esta materia prima hay que importarla de los países del Este. Desde que se dejó de producir vino en la isla, también ha sido necesario importar el auténtico alcohol de orujo de las uvas. El alcohol, que tiene 90 grados, no se echa puro, sino que hay que rebajarlo hasta los 38 grados con dos partes y media de agua. En cada caldera caben cerca de 900 litros de la mezcla de alcohol y agua.
Cuando están todas las calderas llenas con las dos materias primas, se enciende el fuego, primero con ramilla de pino para que vaya cogiendo fuerza y luego con encina, que hace poca llama y tiene muchas calorías. Cada 10 o 15 minutos hay que ir echando leña para mantener el fuego siempre constante y elevar la temperatura de la olla hasta la ebullición.
A los 100 grados aproximadamente, la mezcla de agua y alcohol empieza a hervir. Los vapores producidos por la ebullición pasan a través del filtro donde se mezclan con los aceites esenciales de las bayas de enebro y pasan al serpentín de salida. En este recorrido por el serpentín, que está refrigerado con agua en un caldero, el vapor se licúa.
El vapor resultante de la ebullición se ha convertido en líquido y sale por el extremo del serpentín. Durante 6 o 7 horas la ginebra producida en las cuatro calderas se va recogiendo en unas jarras de metal. Los primeros litros de gin suelen salir con impurezas y se guardan para echarlos en el alambique en la próxima cocción.
Mientras que la ginebra convencional se obtiene por adición de los extractos del aceite de las bayas del enebro en el alcohol rebajado, aquí, en Mahón, el lento y controlado proceso de destilación permite que todas las esencias se mezclen entre sí en estado gaseoso.
De los casi 900 litros de alcohol y agua que contiene cada caldera de cobre, tras 8 horas de destilación se obtienen unos 730 litros de gin. La ginebra obtenida se lleva a las barricas de roble blanco americano, donde tendrá un breve reposo que servirá para darle el toque final.
En el interior del tonel el gin reposará el tiempo necesario para que consolide sus aromas y reciba un toque de sabor a madera. Con una semana será suficiente. A partir de entonces ya estará listo para su consumo.
CONCLUSIONES:
La fabricación del aceite de enebro para su uso en la farmacopea, en la veterinaria y como fitosanitario fue muy importante como lo demuestra la gran cantidad de hornos industriales que se pueden encontrar en diferentes áreas mediterráneas.
En el departamento de Var, en la Provenza francesa, se ha censado la concentración más grande de hornos de este tipo, con más de 200 ejemplares, como testimonio de una actividad industrial que prosperó durante todo el siglo XIX y la primera mitad del XX. En este territorio se han encontrado, además, piezas de cerámica exclusivas para la producción de aceite de enebro en la Edad Media. En la actualidad existe todavía una destilería industrial de aceite de enebro en la ciudad francesa de Claret, cerca de Montpellier.
Como hemos indicado al inicio de este trabajo, en Riba-roja d’Ebre se han registrado hasta el momento 22 hornos de este tipo y alrededor de una decena más en los pueblos del entorno. En Aragón son pocos los hornos industriales que se han podido documentar, uno en Fayón, que fue destruido por el paso de la carretera, dos en Nonaspe y otro en Ariño, aunque documentos antiguos y topónimos nos hacen pensar en la existencia de más ejemplares en esta comunidad. Algunos otros hornos dispersos por varias zonas de la Península, como los dos que todavía se conservan en el pueblo navarro de Ujúe, pueden llegar a elevar el número de estas construcciones a medio centenar, siendo la localidad de Riba-roja d’Ebre la que destacaría históricamente, a nivel nacional, en la producción del aceite de enebro.
Por todo ello, es necesario documentar todos los edificios de este tipo, excavar los más significativos, buscar todo tipo de documentación y, si todavía estuviéramos a tiempo, recuperar de la memoria oral, la técnica y la actividad humana relacionada con este uso.
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INFORMANTES:
- Josep Aguilà Alabart
- Antonio Castellví Casas
- Domingo Saura Monfort
- Ramon Puig Terré,
- Antonio y Bernardo Perez,
- Joan Carles Baró Benet
- Josep Sebastià Cid
- Anna Balazote
- Ana Castellvi
- Begonya Garcia
- Jaume Agustí Aguilà
- Jaume Florensa Cervelló
- Josep María Piñol
- Montse Macià
- Roser Raduà Munté
- Mariano Busom Duaigües
- Paquito Esteve Català
- Bertomeu Roca
- Ramón García (Torà)
- Miquel Cervelló.
- Rosita García (de ca La Pepa)
- Miguel Cervelló Navarro
- Amable Pérez
- Antonio i Bernardo Pérez