EL YUGO. Elaboración Tradicional
Hasta la mecanización del campo en general, con la consiguiente desaparición de las caballerías como fuerza motriz en las labores agrícolas, el yugo constituyó uno de los aperos más importantes. Según su aplicación, eran dos los tipos de yugo más utilizados: para arrastre o tiro y para la labranza. En esta última variedad, en el caso del laboreo con bueyes, había dos modelos de yugo: el yugolar, con collar, que se sujetaba al cuello de las bestias, y el de cornil, de influencia francesa, que uncía a los animales por los cuernos. Aunque había yugueros que se dedicaban exclusivamente a esta tarea, en la mayoría de los pueblos de la península la elaboración de los yugos corría a cargo de los hombres que se empleaban en las tareas de extracción de madera en el bosque, por lo que tenían un gran dominio del hacha y de la azuela. El año 1990, en la localidad pirenaica de Bahent, tres veteranos maderistas, Antonio Guillén, Manel Llahí y José Roset, decidieron fabricar un yugo de collares, el modelo más extendido en la zona pirenaica central y el más antiguo, siguiendo la técnica que siempre habían utilizado.
Todo el proceso comenzaba por la selección del árbol (olmo, nogal o fresno) y su tala en el día apropiado, ya que, según estos expertos maderistas, los árboles que se les cae la hoja se cortan en luna vieja o mengua, y los de hoja perenne en luna nueva o creciente. Para evitar que la madera se rajara con el paso del tiempo, antes de trabajarla se dejaba a secar durante algunos meses. Instintivamente, estos hombres, cuya vida transcurría en el bosque, mientras hacían su trabajo habitual de la tala y saca de la madera, seleccionaban las mejores maderas de diferentes árboles para fabricar los aperos, mangos de hacha, utensilios de cocina, recipientes, etc. Solamente necesitaban una mirada a un trozo de rama o a un erguido tronco para asignarle un destino útil. Al tratarse de una faena provisional, los fabricantes de los yugos improvisaban su taller en cualquier rincón del pueblo donde les realizaban el encargo. La experiencia en la utilización de los yugos estableció unas medidas determinadas que sus artífices conocían perfectamente: 130 centímetros de longitud.
Una vez cortado el tronco a la medida con la sierra, estos artesanos, a golpe de hacha, limpiaron y alisaron la superficie de una cara. Sobre ella tomaron las medidas y con una cuerda untada en polvo de carbón vegetal y tensada entre los puntos señalados marcaron las líneas por las que tenían que escuadrar la pieza. “Hacer las caras” se llamaba el trabajo de picar el tronco con el hacha hasta dejar el volumen del yugo en basto. Con certeros golpes del hacha y turnándose en el trabajo a causa del agotamiento por este gran esfuerzo a su avanzada edad, los yugueros de Bahent tallaron con precisión las cuatro caras del tronco.
Por su forma curvada, la azuela o “axola” es la herramienta más apropiada para hacer las colleras que apoyarán en el cuello del animal. Estas dos curvaturas en una de las caras para ajustar el yugo sobre el cuello de los animales deben estar situadas a unas medidas determinadas para que puedan trabajar a una distancia cómoda entre ellos. Cuando la talla de las colleras ha quedado iniciada, los yugueros proceden a perforar los agujeros para pasar los collares, respetando las distancias establecidas. Después, con una barrena más pequeña taladran los agujeros del centro del yugo, que servirán para colocar la pieza donde engancha el timón del arado, llamada “treitera”. Durante el repaso con la azuela para quitarle peso al yugo, la precisión en los golpes exige concentración, tratando de no excederse en el corte, lo que echaría a perder todo el trabajo.
Mientras Antonio y José tallan el yugo, Manuel se ha encargado de preparar los collares. Un fuego alimentado con las virutas sobrantes de la tarea sirve para calentar el centro de las varas de litonero. Cogiéndolas por sus extremos, Manuel dobla las varas en caliente y las ata a la medida deseada para que, al enfriarse, mantengan su forma.
Una vez que el yugo está terminado, Manuel introduce los collares por los agujeros y fija sus extremos atravesándolos con unas clavijas fabricadas también de madera. El yugo queda terminado con el montaje de los collares y las clavijas de la treitera. Su uso no será como antaño para la labranza, pues hace algunas décadas que en Bahent no se trabaja la tierra con bueyes. El último yugo nacido de las manos de estos ancianos maderistas va a servir como una manifestación de su voluntad por recuperar una técnica tradicional que, junto a otras muchas, se ha quedado en la memoria del pasado.