LA LUZ SOLAR DE LOS EQUINOCCIOS EN EL ABRIGO DE QUIZÁNS
Autor: Eugenio Monesma Moliner
Fecha: 24 de septiembre de 2015
La visita a la Cueva de La Lobera en la localidad jienense de Castellar despertó mi curiosidad sobre los posibles fenómenos lumínicos que se pueden dar en algunos de los monumentos, tanto naturales como construidos, de las tierras aragonesas. Se trata de un santuario rupestre íbero natural donde se expoliaron unos dos mil exvotos de bronce, de unas dimensiones que oscilan entre los 2 y 14 centímetros, con representaciones humanas masculinas y femeninas, orantes y oferentes, así como distintas representaciones de partes del cuerpo humano como piernas, manos, etc. Éste fue un importante enclave entre los siglos IV y III a.C. donde las gentes rendían culto a los dioses. Allí, unos momentos antes de la puesta del sol durante los equinoccios de primavera y otoño, la luz entra por un gran ventanal de las cuevas naturales llegando a iluminar, justo al final del día, la hornacina del fondo de la gruta con una coloración rojiza. Este efecto de la luz bien pudo hacer creer a los habitantes de ese entorno que se encontraban ante un lugar sagrado y que la Madre Tierra ofrecía su útero materno para la sanación de aquellos que allí acudieran, como así lo demuestran los exvotos allí encontrados.
Desde la pasada primavera ya me rondaba por la cabeza una hipótesis. Todo surgió cuando en una excursión al abrigo de Quizáns en Alquézar con mi amigo Ernesto Romeo a finales de invierno, me di cuenta que, por su orientación, la luz del sol al inicio de la primavera y en el momento del amanecer debería entrar en el interior de una pequeña cueva natural que tiene un cierto parecido a un útero materno, con un pequeño asiento en el fondo que invita a admirar el paisaje a través de la entrada. El lugar en sí mismo ya tiene un cierto halo mágico como así lo demuestran las pinturas rupestres de uno de sus abrigos, entre las que destaca un pequeño cérvido y su cercanía con otras covachas que forman parte del Parque Cultural del río Vero, donde se conservan numerosas representaciones de la prehistoria en sus paredes. Las pinturas de Quizáns nos recuerdan que éste fue un lugar de culto hace unos cinco milenios.
En esa visita me planteé estudiar un posible efecto lumínico durante los equinoccios; pocas jornadas después se acercaba el de primavera e intenté ir en ese día tan señalado en el ciclo cósmico, pero la lluvia me lo impidió. Ayer, día del equinoccio de otoño, y con la misma posición del sol al amanecer que en el de primavera, regresé acompañado de mis amigos Pedro Camarero y Paco Bescós para comprobar la incidencia de la luz solar en esta cueva a la salida de los primeros rayos. Fue un gran momento, pues las dudas se empezaron a disipar y la hipótesis parecía tomar cuerpo.
Los primeros reflejos del orto, antes de que saliera el sol, empezaron a iluminar con un tono rojizo y suave el interior de la oquedad natural, a pesar de que una gran mata de enredadera que cubre una pared del corral se encontraba en medio del trayecto de la luz. Poco a poco, el sol empezó a salir por el horizonte y la luz desprendida por sus rayos recorrió lentamente la pared del abrigo hasta penetrar en el interior de la cavidad, iluminando ese punto exacto que invita a sentarse, bien porque la propia naturaleza haya formado el asiento o porque las manos humanas lo hubieran modificado con alguna finalidad concreta. Allí, una vez acomodado, empecé a recibir los rayos del sol en un momento tan importante como es el de los equinoccios. Observando el efecto de la penetración de la luz desde su interior, me di cuenta que la forma de la entrada de la cueva posiblemente hubiera sido modificada en su parte superior derecha, tallándola para conseguir un pequeño hueco que, por su forma, facilitara la iluminación de la cara del que ocupara ese asiento.
La emoción del momento y la rapidez de mis movimientos para tomar fotografías, notas y observar los detalles fueron un inconveniente para disfrutar de esas energías positivas que posiblemente emergieran de la Madre Tierra; pero mi amigo Pedro, que sí pudo disfrutar de un momento de tranquilidad en el interior, manifestó que percibió una sensación de bienestar y paz interna.
Desconozco en este momento si ha habido hallazgos arqueológicos, lo que es bastante difícil dado el uso posterior como mallata o corral para ganado que se ha dado a estos abrigos para guardar el ganado no facilita la tarea. Sobre el uso como mallata, Paco Bescós me cuenta que “Estos abrigos de Quizáns, que aquí en la zona se llaman “El Tito”, antiguamente lo compartían entre los ganados de Radiquero y Alquézar, pero en su día debieron tener algún problema entre los dos pueblos y decidieron partirlo y hacer una cueva para cada pueblo, una para Radiquero y otra para Alquézar. Hicieron una caseta de pastores intermedia entre las dos cuevas y según qué pastores había, unas veces se quedaban a dormir juntos y otras separados, cada uno estaba en su zona.”
Además de esta cueva que recibe directamente los rayos del sol, unos metros más arriba, en el corral anterior que alberga un espacio cerrado por un muro de sillarejo, que utilizaban los pastores para dormir, también pude comprobar que el sol entraba casi hasta el fondo, aunque la misma pared natural del conjunto rocoso y la obra del muro impiden que el sol penetre hasta el fondo de la misma. Es un tema que queda pendiente el hecho de poder comprobar la entrada de luz en esta cueva.
Posiblemente estemos ante un fenómeno de culto prehistórico que se puede dar en muchos lugares donde nuestros antepasados han dejado huellas de su paso. Una vía más que habrá que empezar a investigar.
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